Campaña electoral y laicidad ¿irreconciliables?
Organizaciones, instituciones, movimientos y personas de la sociedad civil que conforman el Comité Pro Laicidad hicieron llegar una carta de protesta al Organo Electoral boliviano, a fin de que “…garantice el principio de laicidad, la condición Laica del Estado Plurinacional de Bolivia, y la adopción de medidas normativas en aspectos como: la renuncia de líderes/as religiosos/as a sus funciones en iglesias para ser candidatos/as y acceder a cargos públicos; el uso de organizaciones, espacios y/o infraestructuras religiosas con fines proselitistas; realización de prácticas y rituales religiosos en los escenarios políticos electorales y el uso de manera directa o indirecta de símbolos y/o referencias religiosas de cualquier naturaleza o credo en la propaganda electoral, la campaña y el proselitismo político”.
Observan que, tanto en la actual campaña electoral como en la de 2019, se vulnera el principio de laicidad y la condición laica del Estado Plurinacional de Bolivia, contraviniendo el Art. 4 de la Constitución. Al respecto, existe una sustanciosa investigación realizada por el colectivo Católicas por el Derecho a Decidir (Bolivia). Se trata del “Laicinómetro”, con abundante información acerca de programas partidistas y posiciones de sus candidatos/as, que revelan diferentes formas de imposición de dogmas y creencias religiosas en cuestiones que atañen a la sociedad y sus derechos. Varias de las personas que candidatearon en 2019 siguen ahora en carrera o son parte del gobierno golpista, manteniendo aquellas posiciones (http://catolicasbolivia.org/actividades/laicinometro-hoja-informativa-2/).
Fue precisamente en el marco del golpe de estado cuando hizo eclosión la implantación violenta de un tipo de cosmovisión con ciertos elementos y símbolos del cristianismo, que se presenta como superior al horizonte en construcción de lo plurinacional, despreciado como expresión de salvajismo. Este intento de volver atrás la historia hacia un modelo republicano piramidal, monocultural, uniconfesional y excluyente, refleja con nitidez un fenómeno actual, que el teólogo J.J.Tamayo califica como cristo-neofascismo.
En medio de una campaña electoral compleja, se ha agudizado el recurso a determinados componentes del cristianismo, entendido como valor civilizatorio absoluto y contrapuesto a la barbarie encarnada en el gobierno anterior, esto en ocasiones con la abierta complicidad de pastores/as, sacerdotes y obispos. A modo de ilustración, hace pocos días se realizó una celebración ¿electoral-litúrgica? en el templo del santuario de la Virgen de Cotoca, un lugar que recibe a miles de peregrinos cercano a la ciudad de Santa Cruz. Allí se lo proclamó como candidato a L.F.Camacho en medio de oraciones y bendiciones de tipo carismático (https://youtu.be/ysGz95sctBI).
Recordemos que este individuo, franco representante del supremacismo blanco y las élites de poder tradicionales, fue uno de los impulsores del golpe de estado, las masacres de Sacaba y Senkata, así como la organización de grupos de choque de tipo parapolicial. Como nota de color, en los últimos minutos del video se puede apreciar arrodillada a una persona calva y de lentes. Se trata de uno de los principales candidatos de su partido, que fungió durante años como vocero del Arzobispado de Santa Cruz, destacándose por sus posturas ultramontanas e intolerantes.
De esta manera, se va consolidando en el país una inclinación que, como el racismo, se mantuvo agazapada durante doce años, articulándose ahora con otras corrientes. Como indica J.J.Tamayo, se trata “de fundamentalismos en plural, ya que son muchos y actúan en alianza: religioso, político, económico, cultural, étnico, patriarcal, etcétera”. Y agrega: “El cristo-neofascismo se alimenta del odio, crece e incluso disfruta con él, lo fomenta entre sus seguidores y lo extiende a toda la ciudadanía. En su libro La obsolescencia del odio (Pre-textos, Valencia, 2019), el intelectual pacifista Günther Anders lo define como «la autoafirmación y la auto-constitución por medio de la negación y la aniquilación del otro
«. A pesar de que Bolivia parecía en cierto modo ajena a estos fenómenos, los acontecimientos de los tres últimos meses la ha colocado velozmente en sintonía con las peores tendencias que se manifiestan hoy en América Latina.