Vergonzosa violación del derecho internacional
El gendarme mundial, Estados Unidos de Norteamérica, impone sus caprichos a los vasallos que están dispuestos a aceptarlos por unas cuantas migajas. Una “noticia” que aparece como una más de las anécdotas de nuestro sufrido país, da cuenta de la toma en la ciudad de La Paz de la sede de la embajada de la República Bolivariana de Venezuela, por un grupo de personas al servicio del imperio.
En un estado de derecho –claro está que en Bolivia lo perdimos con el golpe de noviembre pasado, que encumbró a una dictadura sin rubor alguno– la protección de las instalaciones de cualquier sede diplomática constituye un deber y una obligación que se enmarca en los tratados internacionales. La inviolabilidad de un recinto perteneciente a otro país, cualquiera sea el color político de su gobierno, debe ser garantizado por el Estado en el que éste está ubicado.
Pero precisamente el “campeón de la democracia” no solamente que ha renunciado a las apariencias, sino que ha predicado con el mal ejemplo esta vergonzosa hazaña. Hace unos meses, la embajada de la Patria de Bolívar en Estados Unidos, fue objeto de una agresión de la misma magnitud. Cuando ciudadanos que defienden el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos quisieron impedirlo, ayudando a los funcionarios de esa repartición diplomática, la policía norteamericana, en convivencia con bandas delincuenciales afines a la oposición del país caribeño, impidió el ingreso de alimentos, promovió el corte de los servicios de luz y agua y, finalmente, alentó y protegió la toma violenta de las instalaciones.
Serviles y rastreras hasta el colmo, las autoridades bolivianas, llamadas por ley para garantizar la seguridad de la sede diplomática venezolana, miraron y miran para otro lado, permitiendo que el delito se cometa en sus mismas narices. Una vez más, con hechos vergonzosos, queda de manifiesto cómo la dictadura de Jeaninne Añez pone rodilla en tierra ante las instrucciones de la embajada norteamericana, para no sólo permitir semejante atropello, sino para alentarlo con su rastrera política exterior, completamente alineada con sus amos de Washington, cuya administración odia a muerte a Cuba, a Venezuela y a todos los países que se oponen a sus dictámenes.
La gravedad del hecho amerita ser anotado entre las flagrantes violaciones por parte de la dictadura de Añez y sus secuaces al derecho internacional, como la negativa a conceder la respectiva autorización para que asilados políticos en la embajada de México abandonen el país con el salvoconducto correspondiente, en estricto apego a normas internacionales que resguardan el derecho a la vida y la seguridad personal.
Lo de Venezuela es la continuación de una estrategia norteamericana que no parará hasta hacerse con los ricos yacimientos petrolíferos que le pertenecen al pueblo y a la patria bolivariana; además de otras riquezas como tierras raras y minerales estratégicos que los yanquis consideran de propiedad de su patio trasero. No en vano, han alentado la migración de miles de venezolanos y venezolanas victimas de engaños, que hoy circulan por nuestras ciudades pidiendo limosna y haciendo propaganda contra el gobierno legítimo y constitucional de Nicolás Maduro, afirmando que allá la gente se muere de hambre y que no les quedó otra que salir huyendo.
Flagrante mentira que queda en evidencia con los más de treinta millones de venezolanos que trabajan, viven y disfrutan de su suelo patrio, por encima de las tremendas dificultades originadas no en la inoperancia del gobierno, sino en un salvaje ahogamiento económico instrumentado por la administración Trump para subvertir el orden constitucional.
Ante este atropello sin nombre, le decimos al pueblo y gobierno de Venezuela, que no hay mal que dure cien años ni pueblo boliviano que lo resista; que tan pronto podamos elegir a un gobierno democrático y nos libremos de esta dictadura impuesta desde el Norte, repararemos esta afrenta que nos llena de vergüenza a todas y a todos.