Matasanos, médicos y héroes
Hipócrates fue un famoso medico griego que nació casi quinientos años antes de Cristo. Observador acucioso del organismo humano, es el más célebre de los médicos del mundo; no sólo por sus conocimientos en una época de escaso desarrollo de la ciencia médica, sino por su amor al prójimo procurando evitarle sufrimientos y por su respeto a la vida humana. Inspirado en ese ejemplo, en 1948 se redactó el juramento apodado “hipocrático” en una convención realizada en Ginebra, Suiza; una suerte de compromiso que es prestado por los profesionales que se gradúan en esa rama. Es cuando solemnemente repiten el texto siguiente: “En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad. … Tendré absoluto respeto por la vida humana”.
En las postrimerías del gobierno de Evo Morales, el pueblo boliviano fue víctima de una de las más criminales y largas huelgas que se recuerdan en la historia moderna: a título de mejores condiciones de trabajo y otras demandas, los médicos negaron el servicio a miles de pacientes, olvidando el juramento realizado. Una millonaria campaña adornaba las vitrinas de negocios elegantes, autos último modelo y centros privados de salud, con la consigna “Yo apoyo a mi médico”. El pretexto encubría su férrea oposición a que el país contara con un Sistema Único de Salud (SUS) que pretendía aminorar las abismales diferencias en la calidad de los servicios de salud, hasta ahora basados en una estructura de seguros gremiales absurdo. Tan pronto fue derrocado Evo, desaparecieron como por ensalmo todas las preocupaciones y reclamos de los galenos, que retornaron mansos y tranquilos a sus fuentes de trabajo. Ya habían cumplido su parte en el complot made in USA para sacar del poder al irreverente indio que afirmaba que la salud es un derecho humano y no una mercancía.
Luego vino la otra pandemia, la del corona virus. El tratamiento de sus síntomas requiere de un cuidado especial. Nuevamente, el juramento hipocrático fue echado al olvido; es una extraordinaria oportunidad para llenarse de plata a costa del dolor ajeno. Y así se fueron conociendo los testimonios de pagos millonarios para ser internados en una clínica privada; de pacientes que eran rechazados en la puerta de las mismas por no tener las garantías económicas suficientes. Meses antes, el gobierno de facto había aportado con lo suyo al pingüe negocio, expulsando a los médicos cubanos que desarrollaban su labor principalmente en las barriadas pobres de nuestras ciudades y en el área rural. Y con el Covid 19 se tuvo el perfecto pretexto para hacer un atraco al país que sólo necesitó de la mano armada de Arturo Murillo, el ministro de gobierno del régimen. Sabida es ya la historia de las compras con sobreprecios, cuyo principal responsable se pasea impune y con inmunidad diplomática por tener el mérito de haber enamorado a la hija de la presidenta de facto.
Entre tanto, los médicos que, en su mayoría, se sienten llamados por la vocación y que luchan denodadamente para aliviar la cada vez más crítica situación, naufragan en la deriva de la corruptela gubernamental, la improvisación, el no me importa y que se hagan cargo los gobiernos sub nacionales. Todos los días, infaltables, se filtran en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales solidarias, denuncias de profesionales en salud que no tienen ni barbijos suficientes para atender en jornadas agotadoras a pacientes que buscan alivio al terrible mal.
Entre ellos, destacan por su entrega y heroísmo, los médicos formados durante el gobierno anterior en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), cuya labor silenciosa nadie revela, porque eso no es del gusto del señor Foronda que asesora a la presidenta autoproclamada y enojaría a sus mandantes de Washington. Estos profesionales, imbuidos de los nobles sentimientos y la vocación de servicio que aprendieron en Cuba y Venezuela, respiran el deber de atender con dedicación y profesionalismo a sus compatriotas en sufrimiento.
Callados están los que los acusaban de ser poco menos que técnicos sanitarios y no “doctores”, por no haber estudiado en Harvard, la famosa universidad del país campeón mundial de victimas de Covid 19, sino en la isla de la Libertad, allí donde la medicina, a pesar del también criminal bloqueo, sigue siendo ejemplar en el mundo entero. Nuestro homenaje de respeto y admiración a estos héroes bolivianos anónimos.