Nerón revivido en los jóvenes fascistas

Cuenta la historia que, en el año 64 de la era cristiana, acaeció un gigantesco incendio en la ciudad de Roma, por entonces, la capital del imperio y una de las ciudades más importantes de aquella época. Eran tiempos en los que los cristianos –aquellos verdaderos y no los que ahora, tras ese nombre, llevan la biblia al Palacio Quemado para disimular sus crímenes– eran perseguidos sañudamente, como campesinos y pobladores de las barriadas de nuestras ciudades. Estoicos, resistían la represión, organizándose tras la palabra de Jesús, el Nazareno, que había proclamado subversivamente su simpatía por los pobres y explotados de esa y de todas las épocas.

A los gobernantes de turno se les ocurrió achacar el famoso incendio a los cristianos, con la finalidad de justificar su persecución y muerte. Tiempo después, se supo que el desastre había sido provocado por el propio emperador Nerón, cuya megalomanía no tenía límites. Quería para sí unos extensos terrenos en el centro de la ciudad, para edificar su propio palacio, lleno de lujos, y para ello, nada mejor que incendiar esa parte de la ciudad, dejarla arrasada y luego apoderarse de ella para satisfacer sus caprichos.

La historia también cuenta que fueron miles los cristianos inocentes que fueron aprehendidos, muchos de ellos sumariamente ejecutados y, en algunos casos, sometidos a juicios cocinados que los declaraban culpables antes de que abrieran la boca alegando inocencia. Nerón reinó por otros cuatro años, abusando del poder y cumpliendo el sueño de Arturo Murillo, de deshacerse de toda oposición y crítica a sus iniquidades.

Esta semana, otro incendio de lamentables consecuencias se ha producido en el fuerte de Samaipata, la famosa ruina incaica que atrae al turismo en la región. Y como en las épocas de Nerón, las autoridades del gobierno de facto no han vacilado en acusar a los “masistas” de haberle prendido fuego a este patrimonio histórico de Bolivia. Sin embargo, manos comedidas, celular y cámara en mano, han captado el momento en que los dirigentes “cívicos” de la zona escapan del lugar, luego de haber cometido la fechoría.

Ante la burda patraña, no ha faltado alguna prensa despistada que ha dado por cierta la versión del gobierno y de los delincuentes de la banda llamada Unión Juvenil Cruceñista. Intentan asociar en la memoria colectiva la barbarie con las masas de indígenas, campesinos y población rural –los “salvajes” que tanto odia la autoproclamada Jeaninne Añez–, para reavivar los prejuicios raciales en determinados sectores de Santa Cruz de la Sierra, como una forma de ampliar su cada vez más esmirriada base social.

Pero el pueblo sabe, y sabe por experiencia. Todavía está fresca en la memoria popular la barbarie de los fascistas que, munidos de herramientas contundentes, se dieron a la tarea de destruir parcialmente la obra muralística de Lorgio Vaca en Montero, que había cometido el “crimen” de insertar en el mural que hoy adorna su plaza principal, una whipala y la efigie de Ernesto Che Guevara. Creyeron, entonces, que a combazos, podría borrarse la historia. Inútil faena.

Hoy, arrinconados por la efervescencia popular que demanda el derecho a la vida, a la salud y a la educación, y al ejercicio de la democracia para elegir libremente a sus gobernantes, estos sectores cavernarios, que sólo incuban el odio en la mente y en los corazones de la gente, hacen este tipo de tropelías, como pataleos de ahogado.

Cuenta, finalmente la historia, que Nerón fue derrocado por un golpe de Estado, y que sus gestores lo obligaron luego a suicidarse. Nada raro que la historia se repita con nuestros criollos personajillos.

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