Tendencias electorales vistas desde una comunidad
Las Huertas es una pequeña comunidad asentada en las serranías de la provincia de Vallegrande, en el departamento de Santa Cruz. Allí es posible llegar gracias a los caminos vecinales construidos por voluntad de su gente que, en las postrimerías del anterior siglo, aportó con no pocas jornadas voluntarias de trabajo. Con sus propias herramientas y contando ocasionalmente con el apoyo de alguna entidad estatal y de donaciones, los valles cruceños han visto construir, de esa forma, cientos de kilómetros de caminos.
Los habitantes de Las Huertas son pobladores rurales que cultivan papa, maíz y hortalizas que comercializan, por lo general, en el mercado campesino de la ciudad capital de esa provincia. La región es conocida por ser parte de la denominada Ruta del Che, aquella senda larga y aún inconclusa que se inició en Ñancaguazú y se prolongó hasta La Higuera y Vallegrande. Por sus polvorientas sendas pasó aquel puñado de sobrevivientes encabezados por Inti Peredo y el cubano Pombo, para eludir un gigantesco cerco de miles de soldados, en una epopeya que dejó en ridículo el pírrico triunfo asesorado por los boinas verdes norteamericanos que mandaban a las tropas de soldados bolivianos.
En esa pequeña comunidad se alza, imponente, un centro médico de salud. No es una postita cualquiera, de esas que se acostumbraba a hacer para salir en la foto de la inauguración, para olvidarla en la clausura eterna. Este centro médico, construido con recursos provenientes del Programa Bolivia Cambia Evo Cumple, es una edificación moderna, bien construida y finamente acabada. De no ser lo alejado de la comunidad, podría confundirse por su calidad con cualquiera de las principales ciudades del país. Allí, durante toda la semana, un médico y una enfermera atienden a los pacientes que llegan de las comunidades aledañas, con prontitud, esmero y dedicación, salvando vidas que, no ha mucho, durante la vieja república, morían en sus casas porque el traslado a Vallegrande significaba varios días de transporte a caballo o lomo de mula. Es decir, la condena a muerte en medio camino.
Don Julio, un vecino setentón, afirma con orgullo que antes, al que presentaba síntomas de una enfermedad poco común, se le encargaba el cajón para el entierro, si es que la plata alcanzaba. “Ahora tenemos atención médica, todos los días de la semana. Si se presenta una emergencia en sábado o domingo, tenemos el celular de los médicos que se vienen rapidito nomás a atendernos”, afirma. Medicinas y equipamiento básico están a disposición de los pacientes, lo que facilita el tratamiento sin necesidad de recurrir a otro centro de mayor nivel.
Al lado del centro médico, un tinglado cobija una cancha de fútbol, que se convierte también en el salón de reuniones, toda vez que las comunidades aledañas requieren tratar sus problemas. “Antes mucho se dedicaban a la bebida”, afirma doña Julia, “porque no había nada que hacer. Hoy, nuestros maridos y nuestros hijos se dedican a jugar fútbol todos los días. Se han acabado las borracheras y las peleas. Ahora la cancha sirve también para acontecimientos sociales, pero todos respetan”. Las famosas y vilipendiadas “canchitas” con las que la oposición de derecha trata de peyorar estos y otros esfuerzos que han fortalecido la presencia estatal en el campo, cumplen también una función social invisible a los ojos de los críticos de café, que despectivamente hacen burla cuando no se solazan en despectivos epítetos como “salvajes” o “bestias”.
Esas obras están allí, perduran y son objeto de cuidado por pobladores que, por siglos, sabían de servicios de salud sólo de oídas. Con dedicación y amor, la plaqueta recordatoria, colocada en el frontis, es limpiada cada semana, para relucir el dato que revela en qué momento de nuestra historia como flamante Estado Plurinacional, la edificación ha sido construida. La memoria está intacta en las mentes y corazones de muchos; eso explica, sin mayores retóricas, la voluntad política que desconcierta a las encuestas por encargo de la preferencia electoral… el 18 de octubre está, cada vez, más cerca para hacer realidad aquello que Marcelo Quiroga Santa Cruz, el socialista, soñara: mañana el pueblo.