La lenta agonía de la Madre Tierra
Distraídos con el inicio de las campañas electorales y los cotidianos actos de corrupción del gobierno de facto, poco o nada decimos respecto a una de las tragedias más impactantes que, año a año, se repiten en la vida del país. Una de ellas es la relativa a los incendios de vastísimas extensiones de bosque, particularmente en la región oriental. Es la lenta muerte de nuestra Madre Tierra.
Los autores intelectuales de este crimen anual son los defensores del libre mercado, los que afirman que la oferta y la demanda lo solucionan todo; que Bolivia debe hacer crecer su agricultura “como lo hace Paraguay”, con transgénicos y monocultivo para exportar soya aún a costa de la vida y el hambre de su propio pueblo. De esa forma, se implementan políticas públicas que promueven un modelo agrícola que poco o nada tiene que ver con la seguridad y la soberanía alimentarias. Ambos conceptos, en realidad, sirven de coartada para los empresarios agrícolas que solo buscan llenar sus bolsillos, sin importarles qué se deja para las próximas generaciones… total, las suyas ya están aseguradas.
Algunos reportes de la prensa dan cuenta de incendios en diferentes parques nacionales y extensas zonas de cultivos de la agricultura empresarial. Por razones obviamente políticas, ya no se pone el énfasis en las denuncias que, el año pasado, hablaban del ecocidio. Cierto es que el gobierno de Evo Morales fue ampliamente permisivo con este sector, concediéndoles no pocas ventajas y traicionando incluso disposiciones que el pueblo boliviano, a través de sus representantes en la Asamblea Constituyente, había resuelto impulsar. Fueron negociaciones políticas con estos sectores los que evitaron que la Constitución aprobara como uno de sus artículos, que Bolivia se convirtiera en un país libre de transgénicos.
Hoy, el desarrollo de ese modelo de producción requiere de extensas quemas que acaben con todo lo que signifique estorbo a la siembra del monocultivo. Por ello, año tras año, son precisamente esas áreas productivas las que son escenario del desastre que llenaba, también año tras año, menos éste, las primeras páginas de la prensa y se constituía en titular de prensa amarilla, solazándose en la desgracia. Hoy, apenas unas cuantas líneas dan cuenta del tema.
A manera de muestra, un nuevo hecho se oculta. Voces anónimas han hecho circular de manera precaria una información que confirma la gravedad de lo que viene ocurriendo hoy en día. En el departamento de Beni, colonizadores menonitas –ese término “colonizadores” es reflejo conceptual de lo que anima a ese tipo de agricultura depredadora– habrían desmontado más de 15 mil hectáreas en tierras amazónicas, sin respetar, incluso, sitios arqueológicos que guardan un valor testimonial de la grandeza de la cultura mojeña. Tales acciones se realizan con el amparo y la complicidad de ex y actuales personeros de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT), que hacen de la vista gorda ante estas atrocidades. Es vox populi que menonitas y otros agro empresarios dan dadivosas “contribuciones” para que nada se haga, nada se diga.
La crisis generalizada a la que se enfrenta el país tendrá picos más altos en materia de desabastecimiento de productos agrícolas y de desaceleración de la economía. La pandemia hace lo suyo –ni duda cabe– pero más hacen los gobernantes que impulsan políticas que son carta blanca para la actuación de estos empresarios inescrupulosos. El próximo gobierno, democráticamente elegido, debe asumir con responsabilidad la lucha contra estos crímenes ecológicos.
La seguridad y la soberanía deben constituirse en prioridad nacional, toda vez que la crisis trae aparejada el hambre y la desnutrición, particularmente en segmentos sensibles como son la niñez y la juventud. El desayuno escolar debe ser complementado con el almuerzo escolar y la merienda, para que, al menos, nuestros niños y jóvenes no pasen hambre. Tarea estratégica, demandará el uso racional de nuestras superficies agrícolas; es decir, la reconversión de grandes extensiones dedicadas a la agricultura depredadora del monocultivo, en tierras dedicadas a la producción de alimentos de primera necesidad.
Entre tanto, que siga reinando el silencio. La Madre Tierra, madre al fin, aguanta todo.