Un empresario llamado Samuel
Jeaninne Añez ha renunciado a ser candidata de esa juntucha llamada JUNTOS a la presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Al momento de anunciar esa decisión, estaba a su lado el candidato vicepresidencial y empresario Samuel Doria Medina, poniendo cara de circunstancias; en tanto que brillaba por su ausencia el bocón del ministro Arturo Murillo, afecto al show y a pasar por primera figura en todo escenario que monta el gobierno de facto.
Desde ya, diversos analistas se ocupan y se ocuparán del tema, imaginando a quién beneficia esta tardía deserción, si los votos migrarán hacia fulano o sutano, si ahora se recompone el panorama electoral, y muchas otras hipotéticas posibilidades. En su mayoría, tales analistas opositores se las dan de adivinos para indagar en alguna bola de cristal, dónde está la varita mágica que pueda, de alguna manera, revertir la tendencia electoral a favor de una derecha que nada ofrece al país, pero que tiene como consigna evitar, por todos los medios, el retorno del pueblo al gobierno.
No es intención de estas líneas dar pie a mayores conjeturas al respecto. Se trata, esta vez, de una interpretación del realismo mágico latinoamericano, de la fecundidad de nuestras creencias ancestrales y de una mirada conmiserativa hacia un individuo al que la mala suerte parece perseguirle de la misma forma implacable con que lo hace el ministro Murillo a los militantes masistas.
Nos referimos a Samuel Doria Medina.
Apareció un día, con su barbita bien recortada, que daba impresión de joven revolucionario. Su imagen empezó a posicionarse dentro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR boliviano liderado por Jaime Paz Zamora. El partido que cruzó ríos de sangre para pactar una alianza con su verdugo y ex dictador Hugo Banzer Suárez. El que tuvo destacada labor en el desmantelamiento del Estado para iniciar la negra noche neoliberal. Aquella organización política que olvidó fácilmente a sus mártires y héroes, como los caídos en la masacre de la calle Harrington durante la dictadura de Luis García Meza y Luis Arce Gómez. Los mismos que, en nombre de una supuesta “Nueva Mayoría Nacional”, dejaron atrás el incómodo apelativo de izquierda con el que habían nacido en la década del ´70.
Samuel Doria Medina fue el ministro estrella que promovió la venta de las empresas estatales a precio de gallina muerta. A los pocos años, cumplida esta execrable labor, su imagen se asociaba a la de un próspero empresario del cemento; la industria nacional cementera había sido también regalada en aquella época a la iniciativa privada; de esa forma y otras influencias obvias, llevó agua a su molino. Fue cuando se creyó un predestinado de la política y se imaginó a sí mismo como el legítimo heredero de Jaime Paz Zamora, por encima de los “cardenales” miristas que, al menos, tenían algún mérito en la lucha por la democracia. Tiempo después, fundó su propia organización política y se lanzó a la caza de la presidencia.
Mediocre, carente de carisma (“más pesado que tocino a media noche”, decían de él sus allegados), su figura no despertaba más que bostezos y ningún entusiasmo. Sus intentos resultaron una y otra vez infructuosos; no pudo jamás rebasar siquiera la quinta parte del electorado, en sus mejores momentos. Pero la mucha plata y su escasa imaginación fueron atractivo suficiente para considerarlo aliado funcional por diferentes candidatos. A ninguno de ellos aportó con algo significativo.
Hasta que vino el golpe que derrocó a Evo Morales, encumbró a una desconocida señora a la presidencia y Samuel volvió a escena. En su fuero interno, creyó que finalmente su suerte cambiaba. Así que tradujo en consigna el secreto anhelo, poniendo en carteles callejeros la fotografía de ambos, con la frase “Es con ella”. E inició la campaña electoral utilizando los bienes del Estado, seguro de que, esta vez, la diosa fortuna pagaría su constancia.
Triste final del cuento de hadas. No había sido con ella. Ni con ninguna otra. Samuel es, para usar un aymarismo muy difundido en el occidente del país, un k´encha. Lo que en Argentina el lenguaje coloquial señala como “yeta”. Pájaro de mal agüero, hombre portador de la mala suerte. Samuel, el k´encha, ha contagiado su fatalidad a doña Jeaninne con más eficacia que el Covid 19. De nada valieron los rezos y jornadas de oración; la señora, que ya creía ver en el espejo su mutación de autonombrada a elegida por el pueblo, deberá –si quiere seguir haciendo carrera política– tomar en cuenta las creencias de los muy salvajes que, finalmente, son los que definen con su voto una elección.
Y a no andar con malas compañías.