Chato Peredo, el polemista

No hay muerto malo ni novia fea, dice el adagio popular. Pues esta vez, Chato Peredo hará la excepción: fue malo, implacablemente malo, con sus adversarios políticos. Y lo expresó en diversas polémicas que sostuvo con diferentes personajes. Muchas de ellas han sido recogidas en sus escritos, y reflejan al personaje histórico que estuvo siempre identificado con la Revolución Cubana, con Fidel y el Che. Pincelazos de su vida han sido guardados en un libro autobiográfico al que tuve el honor de prologar.

Entre sus muchísimos enfrentamientos, es memorable aquel que sostuvo con Regis Debray. Por aquel entonces, el francés borraba con el codo su Revolución en la Revolución, para escribir su Adios a las armas. Chato ya intuía que ése sería apenas un estadio en el recorrido desertor que protagonizó el teórico que acompañó al Che en los inicios de la gesta guerrillera de Ñancaguazú. Y no se equivocó.

Pero su más memorable batalla fue la que confrontó con su hermano Antonio Peredo Leigue. Eran los años en los que se iniciaba en la práctica médica de la regresión. Afirmar la existencia de otras vidas, o vida después de la vida, chocaba –a juicio de Antonio– con las concepciones marxistas; algo que Chato se negaba a aceptar. Optaron, consecuentemente, por discutir el tema de manera ordenada y respetuosa, con árbitro de por medio. Me cupo el honor de asumir la tarea del “tercer hombre en el ring”; fueron dos largas jornadas con café de por medio y abundancia de recursos teóricos. Ambos, sin duda, eran gigantes y dominaban la teoría marxista leninista. Chato se apoyó largamente en las reflexiones que hiciera Lenin en su obra sobre Materialismo y empirio criticismo; para afirmar que sus convicciones y su práctica estaban acordes con el materialismo y no hacían concesiones al idealismo burgués. Enfrentaba, empero, a un hueso duro de roer; Antonio, implacable, refutó la mayoría de sus argumentos. El debate terminó con una aceptación de Chato de que buena parte de sus sustentos no habían sido debidamente desarrollados por el pensamiento marxista, admitiendo que la teoría de la regresión no se ajustaba a la concepción materialista de la historia; aunque no la contrariaba en lo fundamental.

Luego vinieron otras, como la sostenida con Carlos D. Mesa, referidas a la figura y obra de Andrés de Santa Cruz. Chato atacó el sobredimensionamiento del personaje; poniendo énfasis en investigaciones que demostraban un pasado militar poco airoso del Mariscal de Zepita, sobre todo, durante la Guerra de la Independencia.

Pero su mayor preocupación teórica estuvo siempre referida a la práctica política. Como hombre de acción, no vaciló un solo instante en identificar como una de las más grandes y peligrosas limitaciones para el Proceso de Cambio –del que fue actor de primera línea, cuando ser masista era una extravagancia– a partir del estudio de las teorías sustentadas por el entonces Vicepresidente Álvaro García Linera. Consideró que las concesiones ideológicas a la derecha, explicitadas en criterios sobre un “capitalismo andino”, serían el origen de la derrota de la Revolución Democrática y Cultural, devenida en simple proceso a partir de esas limitaciones. Con la pasión y la contundencia con la que argüía, desnudó las falencias de dicha concepción, repitiendo una y mil veces con el Che y Fidel, que no había más cambios que hacer, “o revolución socialista, o caricatura de revolución”.

Nadó a contracorriente, sin medir consecuencias; un ampliado del Movimiento Guevarista desestimó su propuesta; no obstante, hasta su deceso, siguió siendo militante orgánico disciplinado pero sin perder la palabra. Fue voz solitaria que, llegado el momento electoral, le pidió al Presidente Evo Morales respetar el resultado del referendo del 21 de Febrero y no postularse nuevamente a la Presidencia. Además, aprovechó la oportunidad para reiterar la necesidad de enderezar el rumbo de gobierno, mediante el alejamiento del entonces vicepresidente y de sus concepciones que él caracterizaba como anti revolucionarias. Hizo certeros análisis sobre el carácter meramente desarrollista que iba asumiendo la gestión de gobierno, abandonando los principios que movilizaron a las masas detrás de la Asamblea Constituyente.

Su repulsión al servilismo político, tan en boga hoy en día, lo llevó a alejarse del MAS IPSP o, como él prefería decirlo, “yo no me alejé, fue el Proceso el que se alejó de la Revolución”. Actitud inadmisible para el entorno del líder Evo Morales, que no vaciló en combatirlo con más saña que al propio enemigo histórico de la humanidad, el capitalismo. Fue entonces cuando advirtió de la necesidad de retirar la candidatura de Evo para salvar al líder; proféticas palabras que nadie quiso escuchar. Los llunkus lo mostraron como a otro “libre pensador” al que se debía aislar y combatir, pero ni así lograron doblegarlo.

En las postrimerías de su vida, aquejado por su “intimo enemigo”, como él mismo solía señalar a un hipo persistente que le quedó como secuela de una embolia, recibió la invitación de Luis Arce y David Choquehuanca para hacerse cargo de la coordinación de campaña en Santa Cruz. Paradójicamente, las masas habían asimilado sus lecciones y no todos aceptaron una designación vertical. Insistió, entonces, en la necesidad de hablar de socialismo durante la campaña. Una cena íntima con el binomio fue escenario de una de sus últimas predicciones, cuando dio por sentada la victoria electoral del MAS IPSP por un porcentaje superior al 50%.

Antes de irse, escribió una carta a Evo Morales, con reflexiones acerca del rol del líder y la necesidad de una autocrítica permanente. Sin duda, la mayor herencia de Chato es precisamente su observancia inveterada al ama llunku, es decir, a huir como de la peste a la práctica de la incondicionalidad y el servilismo, moneda común en nuestros políticos que actúan en nombre de la “unidad” y se llenan la boca con la palabra lealtad.

Como reza el necrológico del Movimiento Guevarista, Chato Peredo nos deja un gran vacío y muchas enseñanzas. ¡Honor y gloria!

(*) Publicado en La Época

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