Un empresario de verdad
En diversas ocasiones, he escuchado que al vocablo “empresario” se le añade algún adjetivo calificativo, a manera de cortar el café con leche para atenuar su sabor. Entonces, nos dicen, se trata de un empresario “progresista”, “de izquierda”, “comprometido” y otros por el estilo. Nada más falso. No hay empresarios de derecha ni empresarios de izquierda, hay sólo empresarios. Es decir, individuos que realizan cualquier actividad económica con la única finalidad de lucrar; y que cuando mayor es el lucro, más exitoso aparece ante sus pares. Un empresario de éxito es aquel que sabe invertir su dinero para reproducirlo a la brevedad posible.
Una buena inversión empresarial en Bolivia se da en el campo de la política. Febril actividad se desata cuando comienza una campaña electoral. Entonces, el empresario visionario identifica a potenciales triunfadores y hasta ellos se llega con una talega de dinero. El monto de la inversión es proporcional a dos factores: la ralea del candidato –hay quienes se venden a precio de gallina muerta– y la envergadura de los negocios que, una vez pasada la elección, se harán con el nuevo funcionario público. Para que no queden dudas, como todos o la mayoría de los contendientes han sido comprados en su debido momento, también en su debido momento, todos ellos deberán corear el estribillo que el inversionista ha creado para proteger sus sacrosantos negocios.
Una buena muestra de esta descripción metodológica es lo ocurrido en las pasadas elecciones sub nacionales. En el oriente boliviano, allá donde la madera abunda, empresarios del rubro han financiado en más de un municipio, las candidaturas del MAS IPSP y de Creemos, dos fuerzas políticas antagónicas e ideológicamente enfrentadas…. en teoría. Prueba de ello: en Concepción, el candidato masista que resultó perdedor, salió la noche de aquel domingo electoral a festejar con sus supuestos oponentes. Porque en la práctica, a la hora de cerrar negocios, cualquiera que fuere el triunfador, actuará con la misma diligencia con que Poderoso Don Dinero instruye se hagan las “gestiones” para que el negocio marche. Es decir, el ganador nuevamente fue el empresario visionario que supo apostar no por uno, sino por todos los caballos en carrera. ¡Negocio redondo! O, para decirlo en el lenguaje de los analistas políticos, la gobernabilidad quedó asegurada.
Durante la dictadura de Jeaninne Añez, algunas cosas se simplificaron. Quienes tenían que dar las autorizaciones para ventas de madera al exterior ya no fueron los funcionarios susceptibles de coima; más fácil resultó llevar a las instalaciones mismas de la Cámara Nacional Forestal –léase la organización de empresarios madereros expertos en estos buenos negocios– todo lo necesario para operar sin traba alguna, al ritmo deseado por la eficiencia empresarial. Y, por supuesto, mientras los pequeños y medianos madereros eran obligados a cumplir estrictamente la cuarentena derivada de la pandemia del Covid 19, los avispados grandes empresarios tenían todas las garantías para desarrollar sus jugosas actividades; porque, ya se sabe, funcionaba la ley del embudo por encima de todas las otras leyes, incluida la Constitución Política del Estado.
Estos buenos inversionistas, un día, se toparon con que había un nuevo responsable de la Autoridad de Bosques y Tierras (ABT), que exigió la devolución de la maquinita de imprimir las autorizaciones y reclamó para el Estado, el derecho a su administración. Grosero error de cálculo, pues inmediatamente, el honesto funcionario fue puesto en la mira de los que no querían ponerse precio y, por tanto, se constituía en el estorbo al que había que sacar del paso.
Siguió inmediatamente una vigorosa campaña de desprestigio, generosamente financiada, que incluía pagos a no pocos dirigentes “masistas” y de organizaciones sociales, que se prestaron a la tramoya, porque resulta sensato ahora perdonar a los enemigos de ayer y hay que buscar la pacificación del país. El honesto funcionario fue puesto en la picota del escarnio: ¡que mejor prueba que hasta los propios dirigentes de algunas organizaciones indígenas pedían su cambio inmediato! El negocio debía continuar; los bosques magnánimos de la Chiquitanía dan para todo, incluso para hacer felices a dirigentillos que se creen la voz de sus pueblos.
¿Cómo explicar el entuerto? Simple y sencillo: no faltan voces desde arriba que recomiendan sensatez; que el capitalismo andino tiene que desarrollarse primero para luego dar paso a una revolución socialista; que la economía plural que impulsamos cobra estos pequeños agravios pero que es mejor mirar para otro lado; que lo importante es no hacerse pillar. ¿Qué hacer con el advenedizo que se creyó el discurso de la lucha contra todo tipo de corrupción? Más fácil y más sencillo aún: convencer a las autoridades de la necesidad de su inmediato despido, porque tiene a doña Opinión Pública en contra y está generando conflictos innecesarios.
¿Le funcionará otra vez el método a don David y se llevará por delante al osado Omar? En los próximos días, sabrá usted, curioso lector, el final de este apasionante drama.