Crónica para un harakiri

El matutino paceño La Razón, entre otros, nos brinda la siguiente información:

El presidente Luis Arce se sumó este lunes al planteamiento de su colega de México, Andrés Manuel López, para sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA) al mando de Luis Almagro, por otra entidad hemisférica “verdaderamente autónoma”.

Asistimos en esta época a la muerte por harakiri de una entidad llamada a velar por la armonía, la cooperación y la hermandad entre las naciones latinoamericanas; que nació muerta desde el momento preciso en que incorporó en su seno a los Estados Unidos de Norteamérica, ese imperialismo interesado únicamente en fortalecer su hegemonía regional como parte de su disputa por un mundo unipolar que lo coloque como la voz única de mando en el planeta.

En la década de los ´60, la OEA hacía un mal debut y preanunciaba el rol que iría a cumplir con el devenir de los años. En aquella década en que el continente se remecía por el triunfo revolucionario y la toma del poder político en Cuba por un grupo de barbudos guerrilleros liderados por Fidel y el Che, el gobierno de los Estados Unidos, chantajes y vergonzosa compra de votos de por medio, instruyó y logró la expulsión de Cuba de ese organismo, acusándola nada menos que de servir a intereses “fuera de la órbita americana”. Eran los tiempos de la guerra fría y todo lo que oliera a emancipación de nuestros pueblos se confundía con complot comunista armado y digitado por la Unión Soviética de ese entonces.

Pero una vez caído el muro de Berlín y derrotado el campo socialista que lideraba la extinta URSS, la humanidad tuvo que tragarse la amarga decepción de soportar la pesada carga imperial norteamericana. Se suponía, entonces, que los enormes recursos destinados a detener la “amenaza comunista” serían invertidos en el desarrollo y bienestar de los pueblos “libres” del mundo. Nada de eso ocurrió; rápidamente los norteamericanos fabricaron otros fantasmas y la OEA se alineó mansamente junto a los intereses norteamericanos, supuestamente para proteger América de amenazas extra continentales.

Hasta que vino la guerra de las Malvinas, en la que un Estado miembro fue atacado e invadido por una potencia extranjera (Gran Bretaña) sin que la OEA demandara la defensa continental con Estados Unidos a la cabeza. Por el contrario, el imperio apoyó la invasión británica con su logística e inteligencia, poniéndose del lado de su aliado  capitalista, en contra del sentimiento y la solidaridad americana. Aquel episodio puso en evidencia que la bendita OEA era nada más ni nada menos que el ministerio de colonias yanqui denunciado por Cuba en reiteradas ocasiones.

Otros hechos de esa naturaleza salpicaron su historia. En el caso mexicano, los flagrantes fraudes electorales que escamotearon la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en México en sucesivas elecciones fueron convalidados por la tristemente célebre OEA. Ni una voz de protesta, para nada. En el caso boliviano, las elecciones de 2019 que fueron limpiamente ganadas por Evo Morales tuvieron en el secretario general de ese organismo, el también tristemente célebre Luis Almagro, a una marioneta de los intereses y dictados de Washington. Las observaciones de probables irregularidades fueron traducidas como “fraude escandaloso” por los medios de comunicación social afines al imperio y a la derecha, promoviendo el golpe de Estado que cobró la vida a decenas de compatriotas y rompió el orden constitucional para encumbrar a una banda delincuencial que se dedicó al robo sistemático y a la corrupción sin escrúpulos, con la bendición de la OEA.

Cuando regímenes de derecha como Chile o Colombia asesinan a sus compatriotas en acciones represivas sin nombre, con desapariciones forzadas, violaciones de jóvenes muchachas por grupos policiales y paramilitares, con desplazamientos forzados de decenas de miles de campesinos condenados a la miseria, con miles de asesinados bajo acusación de ser guerrilleros, por tanto, muertos en combate bajo el eufemismo de “falsos positivos”, la OEA mira para cualquier lado y abre la boca solo para ensalzar a los asesinos de uniforme y de cuello blanco.

Por donde se mire, esta entidad ha perdido –si es que alguna vez la tuvo– su esencia humanista y de servicio a la comunidad de naciones del continente. En su momento, la voz valiente de la República Bolivariana de Venezuela, denunció una vez más el carácter servil y funcional del organismo a los intereses norteamericanos; la respuesta fue el reconocimiento a un autoproclamado presidente “encargado” que hoy solo mueve a risa.

Razones por demás para darle la extremaunción a ese putrefacto cadáver llamado OEA, para empezar a construir mecanismos que hagan realidad el sueño de la Patria Grande que acariciara Simón Bolívar y otros tantos héroes y revolucionarios que no cayeron en vano. Esos ideales renacen porfiadamente en el continente y más temprano que tarde, se transformarán en fuerza internacionalista incontenible, rompiendo bloqueos y derrumbando muros.

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