La violencia de género y la violencia en el periodismo
A lo largo de los años, la labor periodística ha seguido de cerca crímenes de guerra, niñas y niños asesinados por armas llamadas inteligentes, bombardeos masivos sobre población civil indefensa, detenciones arbitrarias, víctimas de torturas con secuelas de por vida, hospitales llenos de personas heridas con doctores realizando operaciones quirúrgicas en el suelo de los pasillos, madres buscando a sus hijos en las morgues y en los escombros de edificios tiroteados.
Los relatos de los medios y sus periodistas magnifican los hechos tanto así, que podamos oler hasta la propia sangre de los mismos hechos. No nos fijamos solo en cómo un medio de comunicación cuenta algo, sino también en aquello que no cuenta.
El periodismo decide de qué se habla y cómo se habla de lo que se habla. Su poder es enorme y la degeneración de buena parte de él ha sido vertiginosa en los últimos años. Es el que no tiene la humanidad, la ética y la bravura para denunciar con la verdad. Es el que no cuestiona, el que no informa, es el que hace de la palabra escrita o hablada su mejor arma para insensibilizar a sociedades que de por sí se pudren día a día.
De ahí que sería interesante reflexionar sobre lo ocurrido en Bolivia con el caso del feminicida serial para que nos demos cuenta la morbosidad que le sigue a los relatos de los cronistas que, en su afán sensacionalista, se esfuerzan en relatar los más mínimos detalles de esa típica crónica roja a la que quieren acostumbrarnos los poderosos, potentados medios de comunicación a los que gran parte de la ciudadanía le brinda su tiempo absorbida en esa tentación trivial.
Para ese periodismo banal y sensacionalizador, las víctimas son solo números sin nombre ni rostro, la pobreza es solo una palabra. Este tipo de periodismo se propaga a la velocidad de la luz, abunda en cualquier lugar y a todo nivel. Es traidor por excelencia. Es de carácter ultraconservador, fanático y de doble moral.
Es ese periodismo que justifica los crímenes de odio, la violencia de género, la homofobia y que oculta la perversidad de los casos de pederastas de la Iglesia Católica. Es ese periodismo que encubre ecocidios, desapariciones forzadas, limpiezas sociales, violencia institucionalizada, feminicidios y tráfico de personas y de drogas.
Esa exitosa empresa del periodismo de doble moral siempre va de la mano de los poderosos que se llenan la boca de ser respetuosos con la ética y del “orden”, como ocurre en Bolivia con algunos alcaldes de La Paz y Cochabamba y con el propio gobernador de Santa Cruz, pero acaban siendo manipulados por el poder económico de los grandes empresarios que tampoco creen en moralidades.
La salud de nuestras democracias está gravemente afectada por ese pasatiempo pervertido y frivolizado al que algunos medios le llevan, retroalimentado por empresas y corporaciones mediáticas carentes de principios. El aumento de los casos de la violencia de género es producto de esa peligrosa y enfermiza galería de banalidad y engaño que nos ofrece todos los días esa prensa comercial y chabacana.
Todo esto explica no solo los últimos casos que vemos y escuchamos en los medios de comunicación, sino buena parte de los debates y análisis público de este último tiempo en nuestro país donde sus “analistas” o “voceros” no contribuyen a nada, solo especulan.
¿Cuándo será el día en que llegue la sana reflexión constructiva en que exista un verdadero periodismo que eduque, nos ayude a descifrar las claves de cómo podemos buscar alternativas para salir de los graves problemas?
Porque así como protestamos para que llegue la justicia a las víctimas, también a gran parte de la ciudadanía, le gustaría saber que el periodismo también se revolucione, sobre todo con verdadera ética, con rigor y con conciencia de lo que se quiere trasmitir.
*Luis Camilo Romero, es comunicador boliviano para América Latina y el Caribe