Albó y una etapa cerrada
La desaparición física de Xavier Albó simboliza también la clausura de una singular etapa del cristianismo en Bolivia. Dicha fase puede sintetizarse en la propuesta martiana de “echar la suerte con los pobres de la tierra”, algo que efectivamente ocurrió de la mano de laicas, laicos, religiosas y miembros del clero católico durante varias décadas. Fue una andadura nutrida con los cambios propuestos por el Concilio Ecuménico Vaticano II, su relectura latinoamericana plasmada en los Documentos de Medellín, y los multiformes procesos emancipatorios alentados fundamentalmente por la Revolución Cubana.
La etapa puede caracterizarse como la del auge del “cristianismo liberacionista”, un concepto acuñado por M.Löwy en su libro Guerra de dioses -religión y política en América Latina- (1999) para definir una poderosa corriente que precedió, rebasó y amplió los alcances e impactos de la Teología de la Liberación, y fue asumida de múltiples maneras por sectores de la sociedad que hallaban allí sentido para sus luchas.
Ese proceso se advertía amenazador tanto desde los intereses del ámbito político internacional como al interior de la propia Iglesia católica (IC). En el primer caso, es necesario recordar el informe La calidad de vida en las Américas, elaborado por Nelson Rockefeller en 1969, con un capítulo (La cruz y la espada) especialmente dedicado al peligro de una IC que “…se encuentra hoy también entre las fuerzas en favor del cambio social y político”. Entre otros fenómenos, esto derivó en la represión selectiva contra grupos de cristianos/as que militaban por sociedades más justas, pero además en un generoso respaldo a la implantación de iglesias evangélicas fundamentalistas.
En el dominio eclesial católico, se produjo un sistemático proceso restauracionista de la mano del Papa Wojtyla, materializado en cierre de instituciones, condenas a teólogos/as, censura de publicaciones, desmontaje de experiencias eclesiales liberadoras, en paralelo con un destacado apoyo a agrupaciones ultraconservadoras al estilo Opus Dei, Legionarios de Cristo, Neocatecumenales, etc. Durante aquella prolongadísima administración papal -nada menos que 27 años- operó como nuevo Gran Inquisidor Josef Ratzinger, intentando reinstalar a la IC como gran tutora, guía de la humanidad y poseedora absoluta de la verdad, algo que ya había sucedido durante varios siglos de historia con el denominado “modelo de cristiandad”.
Repercusiones
Aquella doble ofensiva produjo los resultados esperados. Es suficiente advertir lo que sucede en el plano doméstico con la IC y su jerarquía, alérgica a interpretar las señales de los tiempos que corren y aletargada en funciones burocráticas. La propia formación del clero y las religiosas se adocenó, sacrificando la calidad de su capacitación y los desafíos intelectuales en beneficio de la custodia de una “recta doctrina” inmutable y anacrónica. Una de las consecuencias es el anquilosamiento de una institución dedicada a repetir fórmulas perimidas y ofrecer respuestas a preguntas que casi nadie formula en la actualidad.
Para envilecer aún más el panorama, la jerarquía de la IC ha hecho en Bolivia una franca opción a favor de los grupos de poder y sus proyectos, que ciertamente la incluyen y acogen a condición de mudez, ceguera y parálisis, como ocurrió durante casi toda nuestra historia; a cambio espera recuperar beneficios y su papel como faro y reserva moral. Para no abundar en detalles, basta recordar el tardío documento que intentó justificar su infame actuación durante el golpe de estado de 2019, con el agravante de que explicaba su elaboración en base a “remembranzas” y el testimonio de uno de los obispos que a las alturas de aquel informe estaba muerto. Realizada la opción que mencionamos antes, cada mensaje o pronunciamiento posterior se erige en defensa de los sectores que han saqueado el país e intentan ahora desestabilizarlo, en particular desde Santa Cruz, donde es ostensible la utilización de símbolos y elementos religiosos por parte de golpistas y terroristas que no disimulan sus discursos de odio y racismo.
Como es natural, siendo heterogénea nuestra sociedad y variopinta la feligresía de la IC, deben existir personas y agrupaciones que no se sienten cómodas y discrepan de las posiciones de la jerarquía. Tienen pleno derecho a disentir, y sería saludable que lo hicieran de manera pública.
Alejandro Dausá