¡Santa Cruz se respeta, c…!
Tal como estaba anunciado y previsto, el Comité Cívico Pro Santa Cruz renovó su directiva a la cabeza del único candidato permitido, Fernando Larach. De esta forma, los grupos de poder y las logias que dominan el espectro opositor cruceño culminan el simulacro de elección que, cada par de años, pone a la cabeza de ese directorio al hijito de papá previamente seleccionado por los verdaderos dueños de un comité al que intentan, a veces con éxito, revestirlo de democracia y participación popular. Larach reemplaza pues a Rómulo Calvo y será el encargado de cumplir las órdenes de administrar las políticas que se le impone al pueblo cruceño en su nombre y en el de la democracia, para proseguir con la defensa de los intereses de un puñado de poderosas familias.
La burda farsa ha cobrado factura a algunos ilusos; dos de ellos bien merecen ser nombrados no sólo por su ingenuidad, más parecida a la estupidez, sino por estar representando, de manera aparente, a dos proyectos políticos diferentes. Por un lado, el vicerrector de la UAGRM pensó que sus eminentes servicios de violencia ejercida durante el famoso paro de 36 días, obligando a la movilización forzada de estudiantes, catedráticos y funcionarios de la principal casa de estudios superiores del oriente boliviano, iba a ser suficiente carta de presentación para ser aclamado. Tuvo que admitir, sin más lloriqueos que la denuncia de violación de los propios estatutos de la institución, que las “elecciones” al estilo comiteísta son así nomás; que los advenedizos pueden mirar la fiesta de los ricos desde la calle, pero no entrar por impresentables. El otro, un aspirante a dirigente del pueblo, conocido por sus limitaciones mentales y emocionales, debutó en el escenario de lo absurdo afirmando que ser socialista era ser sociable. Luego del ridículo, no aprendió nada y se lanzó, muy suelto de cuerpo, a candidatear para la presidencia del Comité. Además de la sonora carcajada que despertó entre los dueños del circo, lo suyo fue un intento de convalidar, con su participación, una impensable apertura del Comité a los cunumis que tanto desprecia. Prefirieron hacerle saber que no tenía ni invitación para la fiesta.
Así, el autodenominado “gobierno moral de los cruceños” no cambia para nada la tradición; aquella de repartir el pasanaku de su presidencia entre Toborochis y Caballeros del Oriente, como los gringos con los demócratas y republicanos. Al final, nada cambia y las políticas verdaderas, que se venden como humo en los cabildos al pie del Cristo Redentor, son definidas en otros elegantes escenarios, para ser validadas en forma de preguntas sesgadas a la masa que aclama la “consulta”. La última aventura cívica de 36 días bien ha servido, esta vez, para abrir los ojos a la gente, cada vez menos crédula de la supuesta representación popular que la derecha intenta mostrar, pero que no vacila en tirarla por un tubo al momento de elegir a sus designados.
Pero, desde abajo, ya va surgiendo un vigoroso movimiento popular cruceño…
Una verdadera farsa que sólo ellos creen. Pero llegará el día en que desaparezca para siempre por obra de las mayorías.