21F, un slogan descolorido

En la víspera dos ciudades se acordaron de celebrar la mentada fecha del 21-F. Minúsculo grupo, no menos de 15 personas en La Paz, realizaron una ch’alla simbólica y, otra, de un otro grupito de carnavaleros en el Cristo Redentor en Santa Cruz.

Devaluadas las plataformas y activistas con el desgastado esperpento del CONADE no han respondido a las convocatorias que hicieran desde el pasado año, ni cuando uno de sus jefes –Luis Fernando Camacho- los llamaba a grandes cabildos para armar otra ofensiva contra el gobierno por el tema del Censo.

Esa jornada mediatizada con el único afán de traer a la memoria el referéndum del 21 de febrero de 2016, debe llevarnos a hacer un balance de lo que tenemos como país, en lo que hemos ganado y en lo que hemos perdido a lo largo de estos últimos años.

La discusión sobre el 21F antes que un tema de legalidad es un tema de legitimidad, la de ellos que armaron toda una tramoya para convencernos de que no importa cómo se pierda, sino qué se perdió. Que la regla sirve para juzgar a los otros más no a ellos, en una suerte de oportunismo que siempre vivieron; como el convertir el voto del pueblo en la elección del tercero en votación para hacerlo presidente, como lo que pasó con Jaime Paz Zamora y Banzer en 1990.

Pero también como el de legalizar a los presidentes con apenas un 21% de votación, haber transitado por todos los partidos neoliberales que les dieron pega, para hoy ser demócrata independiente y militante en colectivos ciudadanos.

Su moral siempre ha sido estar avergonzado de un país tan diverso como el nuestro, de pensar que los indios sólo nacieron para obedecer, que somos una fatalidad de la historia como país que siempre debe vivir pidiendo limosna.

La legitimidad de este tiempo es tan grande como el mismo pueblo y tiene que estar a la altura de la historia que permitió cambiar el país. La legitimidad tiene que ver con la patria que construimos en estos 2 años de gobierno de Arce y Choquehuanca, con lo que se construyó, con la mayor participación electoral de nuestra historia, con la democracia intercultural que todos los bolivianos ansiamos.

Y también con las luchas que aún nos debemos para que no haya pobres, para que la comunidad sea un origen y un destino de nuestro horizonte político. Los que hablan de cambios, los que se dicen apoyar procesos revolucionarios pero actúan con la moral de ellos, sirviendo a sus propios intereses, son sólo traidores a la revolución.

Nuestras luchas son más grandes, nuestra deliberación sobre el curso revolucionario es más importante que las miserias de la oposición y sus intereses, y por tanto, nuestra moral del cambio debe acompañar la transformación para templar el ajayu de la revolución que estamos construyendo.

Por eso, más allá de este 21F, ¿Qué esperamos para después? Quizás la ruta crítica contra las elecciones sea trazada en las resoluciones del cabildo cruceño que anuncian revocatoria de mandato al gobierno de Arce, más allá de aquello, la disputa está dentro del partido de gobierno, mas con hígado de parte de un sector, que el trazar un horizonte político serio y responsable.

Lo curioso de este entramado social, de esas plataformas ciudadanas, que al no creer en las convocatorias de Comités cívicos son reacias a formar partido, y no comulgan con los partidos políticos de oposición ni, menos aún, con sus propios líderes.

El 21 de febrero, fecha escogida para “defender el voto del NO”, por parte de los opositores, en realidad se inscribe en la disputa por el carácter hegemónico de la cultura política en el país y de una oposición virulenta, que no tiene propuesta alternativa de gobierno y solamente sobrevive gracias a sus redes, sus medios de comunicación y sus analistas.

A partir de este 21-F queda atrás el proyecto urdido en el norte, que bajo manto de “recuperación de la democracia”, llevo al enfrentamiento entre bolivianos. A partir de hoy, el camino a 2025 va a continuar reproduciendo esa disputa entre lo viejo que no termina de morir, y lo nuevo que ya nació pero todavía le queda un largo camino para florecer, de cara una nueva agenda que tiene como horizonte el Vivir Bien, la nueva vida.

*Luis Camilo Romero, es comunicador boliviano para América Latina y el Caribe

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