Unidad contra el poder imperial
En pleno escenario de lo que continúa la guerra entre Rusia y Ucrania, tras un año de su inicio el pasado 24 de febrero, sin duda el actor principal sigue siendo el imperialismo, pero mostrándonos cada vez más que le queda poco y se resiste a perder.
Los bloques conformados por los Estados Unidos y el resto de Occidente frente a Rusia, acompañada, por naciones como China, abrieron el 24 de febrero de 2022, un nuevo capítulo de la disputa entre monopolios por el control de los mercados y por el establecimiento de zonas de injerencia política, como puede observarse en América Latina y en los territorios que ocupan las naciones que conforman la OTAN.
La semana pasada dos visitas volvieron a demostrar el fin real de esta guerra, por un lado, Joe Biden visitó Ucrania y anunció el incremento del apoyo económico y de armamento bélico para el país invadido, y por el otro lado, representantes de los gobiernos ruso y chino salieron a anunciar una mayor cooperación comercial.
La guerra ya ha dejado secuelas, las muertes y la destrucción son las más importantes, además de las afectaciones a la economía global, además, las secuelas pueden ser vistas en el uso mediático de la información que desde antes de estallar las acciones bélicas ya manipulaba a la opinión pública tildando a Rusia como la parte “mala” y a Occidente como la “buena”, cuando en nuestra opinión y sin obviar la campaña de agresión de la OTAN y el imperialismo sobre el territorio ruso, ninguno de los bloques en disputa busca algo más que sus intereses.
Todas las intervenciones estadounidenses en el extranjero han sido altruistas, por el bien de los pueblos intervenidos. Este monumento a la hipocresía y el ocultamiento de verdades incómodas ni siquiera considera la trágica realidad de los pueblos indígenas y la población negra de Estados Unidos sometidos al exterminio y la discriminación más violentos en el momento de estas intervenciones supuestamente liberadoras en el extranjero.
El registro histórico revela la crueldad de esta mistificación. Invariablemente, las intervenciones han sido dictadas por los intereses geopolíticos y económicos de Estados Unidos, en los que, además, Estados Unidos no son una excepción.
Si nos vamos a los datos la historia de inicios del siglo pasado nos muestra que la prevalencia de los intereses imperiales de Estados Unidos a menudo ha llevado a borrar las aspiraciones de autodeterminación, libertad y democracia y a apoyar a los dictadores sedientos de sangre que resultó en devastación y muerte, la Guerra del Plátano en Nicaragua (1912), el apoyo al dictador cubano Fulgencio Batista y la operación militar en Bahía Cochinos de 1961, el apoyo al golpe militar en Brasil en 1964 y la caída de Salvador Allende en Chile (1973).
Pero también del golpe contra el presidente Mohammad Mossaddegh, democráticamente elegido de Irán (1953), al golpe de Estado contra Jacobo Árbenz, también democráticamente elegido, de Guatemala (1954); de la invasión a Vietnam para poner fin a la amenaza comunista (1965) a la invasión de Afganistán (2001), supuestamente para defenderse de los terroristas (que no eran afganos) que atacaron las Torres Gemelas de Nueva York, después de haber apoyado en los 20 años anteriores a los muyahidines contra el gobierno comunista respaldado por la Unión Soviética.
Así como de la invasión de Irak en 2003 para eliminar a Saddam Hussein y sus armas de destrucción masiva (que no existían), a la intervención en Siria para defender a los rebeldes que eran en su mayoría (y son) islamistas radicales; de la intervención, a través de la OTAN, en los Balcanes sin autorización de la ONU (1995), a la destrucción de Libia (2011).
Siempre hubo razones benevolentes para estas intervenciones, que siempre tuvieron cómplices y aliados locales. ¿Qué quedará de Ucrania cuando termine la guerra (todas las guerras acaban algún día)? ¿En qué situación quedarán los otros países de Europa, especialmente Alemania y Francia, todavía dominados por la falsa idea de que el Plan Marshall fue la expresión de la filantropía desinteresada de Estados Unidos, a la que deben infinita gratitud y solidaridad incondicional?
Y la pregunta que se hacen muchos ¿Cómo quedará Rusia? ¿Qué equilibrio se puede hacer más allá de la muerte y la destrucción que la guerra siempre causa? ¿Por qué no hay un fuerte movimiento en Europa por una paz justa y duradera? Aunque la guerra se está librando en Europa, ¿están los europeos esperando que surja un movimiento contra la guerra en Estados Unidos para enlistarse en él con buena conciencia y sin riesgo de ser considerados amigos de Putin o comunistas?
En ese escenario de la disputa mundial recientemente la Asamblea General de la ONU ha convocado a los países a votar y 141 países miembros votaron en favor de la resolución que insta a Rusia a retirar sus tropas de suelo ucraniano; sólo siete naciones votaron en contra y 32 se abstuvieron. Entre los países en contra de la resolución votaron Rusia, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte, Eritrea, Nicaragua y Malí; y entre las 32 abstenciones figura Bolivia.
A ese respecto habrá que aplaudir el coraje y la valentía de su actitud soberana, por cuanto la posición del gobierno de Bolivia sobre Ucrania en los espacios multilaterales es clara, una vez más se ha afirmado señalando que: “somos un estado pacifista e impulsamos la negociación político diplomática desde la cultura de dialogo y la paz”.
Actuar con tibieza o con una aparente neutralidad como lo hicieran otros países en América Latina recientemente con su voto, como ser Argentina, Chile, Brasil y Colombia, que en otros escenarios condenaban la actitud del imperialismo, es cuestionable si se trata de ser consecuentes de ir en una sola línea frente a las agresiones que viene cometiendo de forma disimulada financiando golpes de estado y su control en temas estratégicos a los pueblos de América Latina.
Es por eso que, el pensamiento y la práctica política de Fidel frente al imperialismo estadounidense, constituyen un referente ineludible, no solo para el pueblo cubano, sino para todos los pueblos latinoamericanos que resisten hoy la ofensiva neo colonizadora del norte revuelto y brutal que nos desprecia.
Como advertía José Martí en 1891, en ese extraordinario ensayo y programa revolucionario que es Nuestra América: “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
La consecuencia de nuestra posición tiene que ser invariable si vemos que el imperialismo otra vez actúa con su apoyo abierto a Ucrania. La dinámica del imperialismo estadounidense parece imparable, siempre alimentada por la creencia de que la destrucción que provoca o incita tendrá lugar lejos de sus fronteras protegidas por dos vastos océanos. Por lo tanto, tienen un desprecio casi genético por otros pueblos. Estados Unidos siempre dice que interviene por el bien de la democracia y sólo deja destrucción y dictadura o caos tras su paso.
Cuántas veces hemos afirmado en tono consecuente que nuestra lucha a todos los que creen en hacer una revolución emancipadora de los pueblos es desafiar al enemigo principal como es el imperialismo yanqui. Y no solo hacer, sino desarrollarla, resistir los embates del imperialismo, unirse cada vez más firmemente al campo de los países socialistas, extender nuestra influencia, nuestra voz y luchar por la extinción del imperialismo.
Lo dijeron el Che y Fidel que esa lucha victoriosa trajo dos consecuencias: el despertar de los pueblos de América, que vieron que se podía hacer la Revolución, y, como aquel camino podía ser no tan largo como pensaran algunos dirigentes de los partidos que están llevando la lucha tesoneramente contra las oligarquías y contra el imperialismo en cada país; y, al mismo tiempo, abrimos los ojos del imperialismo.
*Luis Camilo Romero, es comunicador boliviano para América Latina y el Caribe