Las dos pugnas
Las épocas pre electorales emplazan a desarrollar discursos encendidos, convocar militancias y transmitir emotividades, porque lo definitivo es producir efectos en el electorado, sea este al interior de un partido o en la contienda interpartidista.
Los sistemas políticos están configurados para convocar a elecciones presidenciales cada cierto tiempo, la Constitución mexicana determina un periodo presidencial de 6 años a diferencia de la Constitución boliviana que precisa un periodo de 5 años (la anterior constitución determinaba 4 años), y a estas elecciones se las denomina “elecciones generales”. Concluido el periodo de gobierno, la constitución mexicana no permite la relección, situación contraria a la constitución boliviana, y aquí es donde se puede empezar a comparar ambos procesos que se suceden en ambos países.
En México, el actual presidente Andrés Manuel López obrador ha anunciado ab initium en su discurso de posesión que no se reelegiría y por consecuencia de cara a las elecciones de junio de 2024, al interior del movimiento MORENA se ha abierto el debate sobre quién debe ser el candidato presidencial por el partido gobernante. Adentro del movimiento, no exento de luchas internas, se ha llegado a un acuerdo inédito para la historia del sistema político mexicano; Marcelo Ebrard con credenciales de ser el Canciller AMLO, Claudia Sheinbaum actual jefa de Gobierno de la ciudad de México y el diputado por MORENA Gerardo Fernández Noroña, son los principales candidatos a pugnar en las internas del partido gobernante entre seis contendientes. MORENA, de forma inteligente ha decidido promover un acuerdo por escrito en el cual, los pre candidatos se comprometen a respetar el resultado de una encuesta que definirá quién será el candidato presidencial por MORENA.
Como en México la figura de las elecciones primarias no está contemplada en su constitución ni en la legislación electoral, el acuerdo firmado por los contendientes al interior de MORENA demuestra la madurez y el grado de compromiso democrático que tienen los potenciales presidenciales, además del acompañamiento a un proceso político importante para México y para el continente. Finalmente, el carácter estratégico de este acuerdo tiene como objetivo lograr mayoría en el Congreso para profundizar las reformas iniciadas por López Obrador.
En Bolivia sucede todo lo contrario, la anticipada electoralización del ambiente político al interior del MAS, muestra el carácter electoralista de sus liderazgos. Ausente de una dirigencia política que construya un programa político claro y conducente a profundizar los logros democráticos del proceso de cambio, el MAS se ha enfrascado en la pugna por la candidatura presidencial de 2025 con una precocidad impresionante, pero además con vacíos discursivos que lejos de mostrar horizontes han creado nubarrones sobre las bases del MAS y su militancia, empujando al crecimiento de los indecisos en el voto.
Pese a que, la legislación electoral boliviana contempla la realización de elecciones primarias internas para la validación de los binomios presidenciales y como mecanismo interno de nominación y elección de candidatos, parece ser que, este camino no es el elegido por la dirigencia del MAS, su última resolución en la que prohíben la participación de funcionarios públicos en los Congresos del MAS, apunta a que esta dirigencia desea tener un solo candidato en las primarias a desarrollarse 120 días antes de la emisión de convocatoria a elección general.
Tanto desde la dirigencia del MAS, como desde el gobierno, no han entendido que las victorias son relativas, las victorias son veleidosas y que las victorias hay que mantenerlas día a día mediante la coherencia y las acciones concordes con los principios políticos, pero más importante aún, la deuda impagable que tienen los dirigentes y gobernantes bolivianos con los muertos que recuperaron la democracia, debe ser el referente antes de lanzarse a diatribas y ejercicios retóricos insulsos que destruyen la victoria conseguida en 2020.
En estos dos procesos, el mexicano y el boliviano, podemos ver las diferencias y los rumbos que van tomando los procesos políticos. En el caso mexicano no se tenían los instrumentos jurídico-políticos para lograr acuerdos internos en el epicentro del proyecto de MORENA y se creó la posibilidad brillante de una sucesión en la conducción del proceso mexicano. En el caso boliviano existen estos instrumentos jurídicos, pero la intención de pasarse sobre ellos u omitirlos demuestran el talante antidemocrático de una dirigencia extraviada, que confunde la “lealtad a las personas” con “lealtad al proyecto político”.
En cualquiera de los casos, toca recordar lo que decía el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal: “cuando te toque subir a la tribuna y te aplauden, piensa en los que murieron, cuándo tienes el micrófono y te enfocan, piensa en los que murieron”. Por eso no es vano convocar a quienes detentan la importante labor dirigente en los partidos a dar un giro en sus discursos, no solo por buscar la unidad en términos retóricos, sino a construirla aún a costa de grandes sacrificios.
En las dos pugnas, se puede vislumbrar con optimismo los resultados, cualesquiera que sean, en el proceso mexicano. Por contraparte, en Bolivia aún es tiempo de redireccionar la pugnacidad interna del MAS, porque el debate de ideas aún está pendiente y todavía queda por hacer, aquello que el Proceso de Cambio dejó inconcluso luego del golpe de Estado de 2019.