Bombardeos sionistas en Palestina y Bolivia
El Estado de Israel recurre a la violencia desde hace décadas, para desalojar a habitantes milenarios de esas tierras palestinas por el solo hecho de creerse de verdad que Israel es el pueblo elegio por dios… por su dios, se entiende. Desde 1948, el sionismo ha avanzado de a poquito, a veces con disimulo y la mayoría de las veces, con los tanques por delante, para hacerse de los campos que afirman que son de ellos; con la fuerza que les da la fuerza y el apoyo del imperialismo norteamericano. Para pagar tan encomiable acción genocida, Israel es el único Estado en el mundo que, solitariamente con Estados Unidos, vota en la Asamblea de Naciones Unidas en contra de loa opinión mundial abrumadora que aboga por el fin del bloqueo criminal yanqui a Cuba.
En momentos en que se escribe esa nota, la aviación y las fuerzas armadas israelís bombardean incesantemente territorios con población civil. Las imágenes, que ahora se ocultan y maquillan, se filtran de cuando en cuando para mostrar viviendas destruidas, cadáveres esparcidos, hombres y mujeres con el pánico en sus rostros, niños quemados por las bombas incendiarias del sionismo. El lenguaje ha inventado un edulcorante para mitigar la indignación que toda persona humana (porque las hay inhumanas) podría sentir ante semejantes atrocidades: dice de ellas que son “bajas colaterales”. No son madres de familia, mujeres que tienen un hogar, niños y niñas que aspiran a vivir en paz para jugar y reproducir el amor y la vida. Son apenas bajas colaterales a la hora del bombardeo.
Aunque parezca increíble, Bolivia no está a salvo del bombardeo israelí, mediante otros explosivos aún más letales que la artillería judia. Y son las bombas mediáticas que el aparato publicitario y de manipulación informativa lanza a los cuatro vientos, para tapar los crímenes abominables que son indescriptibles. Abanderados por el periódico El Deber, estos manipuladores de la información presentan al pobre Estado de Israel y a los pobres judíos víctimas de holocausto nazi, como las pobres víctimas de asesinos y terroristas crueles que no son otros que los árabes, los palestinos, los de Hamas, los de Hezbolah. Entonces, la historia es contada al revés; son los pobres lobos que deben correr a ocultarse de las crueles ovejas que no los dejan vivir en paz.
Para ello, recurren a términos tales como “terroristas”, ese viejo apelativo que tanto conocemos los bolivianos porque fue usado como pretexto para la desaparición forzada de personas, para el asesinato selectivo y para el encarcelamiento y la tortura. El Plan Cóndor, de triste memoria en nuestra historia, se reedita cotidianamente en los territorios ocupados por los sionistas. Un niño de siete años bien puede ser un terrorista encubierto, así que no hay que vacilar al momento de apuntarle y disparar. Al hecho hay que ponerle una de cal y una de arena; así, nos muestran las vicisitudes de un futbolista boliviano cuya odisea para salir del infierno alimentan la narración que apela al sentimentalismo de la gente para fomentar el odio insensato hacia el pueblo árabe y a los palestinos en particular.
Los capitalistas enemigos de la vida, lo que sufrieron el holocausto de azwicht, ahora los sionista lo reproducen contra los Palestinos para expulsarlos de sus ancestrales territorios.