Censo cruceño, una jornada de contrastes
Finalmente, se llevó a cabo el Censo Nacional de Población y Vivienda en todo el país. Sí, finalmente, a despecho de las premoniciones de las élites cruceñas que le mintieron a su propio pueblo, asegurando que la “dictadura masista” por ningún motivo llevaría adelante este recuento largamente postergado.
Más allá de la anécdota, hay que desentrañar lo que se esconde detrás de esa desidia por el censo que ha caracterizado a esas mismas élites, desesperadas hasta hace un par de años atrás con un inútil cuanto violento paro de 36 días con la consigna de Censo 2023 o muerte, poco menos… Uno se imaginaba que, a la hora de la verdad, miles de censistas voluntarios colapsarían las oficinas del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) exigiendo una chance de llevarlo a cabo como lección de consecuencia con la petición demagógica de fines de 2022. Nada de ello ocurrió; aunque no podía faltar la queja amplificada por los medios de una conocida y violenta asambleísta que gimoteaba porque no se propuso en la boleta la variante “mestizo”. En aquellos barrios pitucos donde el paro fue mas duro, porque resultaba fácil estacionar prepotentemente la movilidad último modelo a lo ancho de las avenidas para mostrar la “contundencia” de la medida, voluntarios y voluntarias no aparecieron nunca. Allá tuvieron que ir mayoritariamente jóvenes de otros barrios, porque los hijitos e hijitas de papá no están para esos menesteres. Para eso están los cunumis y los collas.
Pero la jornada censal mostró la otra cara de Santa Cruz, aquella que no son las logias ni los cívicos ni sus damas elegantes que asisten puntualmente a la misa para escuchar las arengas del obispo de turno contra el gobierno. La cara que apareció con su lozana juventud fue la de un ejército de entusiastas de ambos sexos, que asumieron la tarea con una abnegación y entrega que sólo puede calificarse como patriótica. Nadie les ofreció un jornal por el tiempo dedicado; no hubo los generosos refrigerios con que la derecha reaccionaria recluta adeptos para sus fechorías; tampoco dieron pasajes ni viáticos ni otros estipendios. La recomendación fue llevar su propia botella de agua y algún refrigerio en la mochila, porque la jornada prometía ser larga y laboriosa. Nadie se arredró. Nadie dijo salgamos en manifestación de protesta contra las condiciones “inhumanas” del trabajo. A la hora de compartir, apareció la natural solidaridad de jóvenes que, en su mayoría, se conocían por vez primera en aquellos escenarios.
Surgieron las anécdotas y las ayudas entre compañeros y compañeras de tarea. Allí, Ana María comentaba: “¡miéchica que me dio rabia el viejo ese! Siempre me puteaba porque dejaba el bloque y es que tenía que ir a mi casa a cocinar. Entonces nos decía que estos collas que odian Santa Cruz, jamás harían el censo, porque no les convenía saber que éramos más aquí que allá. ¡Pura mentira! ¡Lo rogado que estuvo para llenar el formulario!”. José describía que tuvo que dar una larga explicación a una dama que lo miraba con indisimulado asco por ser de origen chiriguano: se negaba a aceptar que llene la boleta censal con lápiz, que seguro que los del gobierno borrarían todo y pondrían a su antojo los datos para perjudicar a Santa Cruz. Doña Purita, allá, a pesar de sus cincuenta y tantos años, toda animosa, confesaba que se equivocó al poner idioma español y que tuvo que borrar para corregir y poner idioma castellano, bajo la ceñuda mirada de dos mozalbetes malandras que olían a cerveza, porque para ellos no estaba hecho el auto de buen gobierno. Y que desde el barrio de los elegantes edificios “inteligentes” los llamaron para hacer un extra sin remuneración, porque allí sí que había desaparecido como por encanto los valientes que pedían censo a como dé lugar.
En los demás barrios surgía el Santa Cruz profundo, aquel que no quiso nunca paros y que en esos aciagos días tuvo que dejar de comer porque vive del día a día. Allí la respuesta fue siempre amable y generosa; con vecinos y vecinas deseosas de ayudar; con muchas madres que veían en esos voluntarios y esas voluntarias a su propia descendencia; muchas de ellas, frustradas porque aquel ejército sin más armas que un lápiz y una boleta, rechazaba amablemente el refrigerio o el vaso de refresco que ellas habían preparado.
Para amputarle las alas a tanto idealista, de seguro aparecerá próximamente en nuestros medios la cantaleta de fraude censal; un pequeño error será magnificado hasta el infinito; surgirán los críticos de siempre que, desde la comodidad de sus laptops, darán lecciones de cómo hacer un censo de verdad. Nada de ello privará a esos y esas jóvenes y no tan jóvenes, del orgullo de haber sido autores del censo 2024…