Abril: año 2000
Uno de los factores más importantes de la guerra del agua fue la pasión de los actores, organizaciones barriales que nucleaban hombres mujeres, niños, niñas, que se convirtieron en corazones anhelantes de justicia y que acudían a los lugares de bloqueo para ser, sin saberlo, parte de la historia boliviana.
Han pasado 24 años de la Guerra del Agua, y como siempre ocurre, a la “historia oficial” este hecho no le interesa, porque desafió al Estado y sus formas políticas de expresión como son el gobierno, ministros, policía y partidos políticos, por citar algunos.
Han pasado 24 años y un encuentro de periodistas, en la Fundación Abril, posibilitó una mirada diferente de lo acontecido, primero por el tiempo transcurrido, por el reencuentro entre amigos y amigas, por la valoración separada de todo interés inmediato y finalmente como la reconstrucción de la memoria histórica desde la práctica periodística.
No vamos a relatar la riqueza de los testimonios y anécdotas que en su momento fueron dramáticas pero que hoy incluso se narran con sonrisas cómplices. En las notas siguientes nos interesa destacar el hecho político que significó la guerra del agua.
Debemos tener en cuenta que cuando hablamos de “política” nos referimos a eso que los griegos denominaban “el bien común” por supuesto poniendo distancia del tipo de sociedad (esclavista) que era asumida como “natural”. Lo que interesa es la valoración de lo común, ese “de todos” que ha quedado en desuso por el aire individualista que estamos obligados a respirar y que condiciona nuestras actitudes. Ese bien común que tiene sintonía total con nuestras raíces culturales que privilegian lo común, sin anular al individuo, sino entendido como una complementariedad.
Y en los días de la Guerra del Agua, eso “común” fue el motor y la fuerza que construyó un momento histórico de autorrealización de la fuerza del pueblo, esa energía que después fue diluida por las personales ambiciones, que como siempre corroen las construcciones colectivas.
Esta autorrealización de la masa, se convirtió en un verdadero gobierno comunitario, surgido disciplinadamente desde los barrios más alejados (como recordaba un radialista apasionado de esos días) desde los sectores marginados (polillas y tribus urbanas) que recibían la solidaridad de los barrios “bien” de la zona norte de la ciudad.
La gente “sencilla y trabajadora”, como acostumbraba a citar Oscar Olivera (Obrero que se convirtió, por las circunstancias, como él resalta, en el principal portavoz de la Coordinadora del Agua y de la Vida) generó un poder territorial, simbólico y subjetivo, que derrotó a las políticas del ajuste estructural implementadas a nivel mundial y fue en Bolivia, país de larga tradición rebelde, que se puso una muralla tomando como consigna la vieja y potente frase de los republicanos españoles ¡No Pasarán! …y no pasaron.
El gobierno popular de la Coordinadora del Agua y de la Vida, no estaba centralizado en la sede de los trabajadores fabriles, se encontraba diseminada en todos los barrios de la ciudad de Cochabamba, el sueño de “gobierno del pueblo para el pueblo” se había materializado y esa “tremenda materialidad” (M. Foucault) sacudió los cimientos de la colonial estructura socioeconómica boliviana, para terminar en una reforma constitucional.
Fue en Cochabamba, el año 2000, donde se edificaron los cimientos del proceso constituyente, fueron las mujeres, los hombres y sobre todo jóvenes que pusieron en jaque a los “dálmatas” y a la burocracia que administraba los intereses privados, sin interesarle el pueblo mismo; fueron esos actores los que dieron un giro a la historia contemporánea de Bolivia y en este escenario, conflictivo no se puede obviar el papel de los medios de comunicación y sus actores principales los periodistas, que cumpliendo su tarea de vida, no solamente arriesgaron su vida, sino que tuvieron que lidiar con las políticas internas de los medios, finalmente queda el testimonio de su trabajo en imágenes, que son parte de la historia del periodismo y también quedan en las individualidades, en los conflictos personales que vivieron.
La guerra del agua, un hecho histórico que el próximo año 2025 cumplirá 25 años, un cuarto de siglo, tiene que seguir presente como la expresión genuina del poder popular, de ese calor humano que venció a las frías ordenes y armas represivas y abrió las puertas para soñar con otro tipo de sociedad que todavía es posible construir.