Vamos cruzando los ríos de sangre

La figura que titula esta nota viene de un hecho político vergonzoso en la historia de Bolivia. Fue cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que había aportado con su cuota de sangre y sacrificio a la recuperación de la democracia, decidió pactar con su verdugo, el dictador Hugo Banzer, para formar un gobierno de coalición en una época neoliberal en la que hasta los votos de legisladores eran parte de la libre oferta y demanda. Funcionó y se hicieron “gobierno a como dé lugar”, pero el pueblo les pasó factura. Hoy no son nada y gozaron del pasanaku conservando una administración anodina y corrupta; dejando atrás las banderas de la izquierda.

La historia de traiciones estratégicas en la política tiene varios hitos. Quizá el más célebre y doloroso sea aquel en el que el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) aplicó el manual sin leer la realidad. Se creyó a pies juntillas la versión inventada por el Departamento de Estado norteamericano, que creó la leyenda de que Gualberto Villarroel era pro nazi; mentira a la postre desmentida por el mismísimo ex embajador norteamericano de la época, cuando escribió en sus memorias. Reconoció que todo fue un invento para acabar con un gobierno que tuvo la osadía de pedir precios justos para el estaño boliviano, entregado a manos llenas a los aliados como contribución a la guerra contra el nazismo. De esa trágica forma, no sólo se asesinó a Villarroel, sino que también se enterró al primer partido marxista de masas que hubo en estas latitudes del mundo.

Hoy, Bolivia enfrenta una situación singular. Por primera vez, en la historia de su moderna democracia, el presidente del país no es, al mismo tiempo, el jefe del partido gobernante; tal como ocurriera con todos sus antecesores de la era, empezando por Hernán Siles Zuazo y terminando por Evo Morales. Apenas logrado el triunfo popular aplastante en las urnas contra la derecha que aupó el golpe de Estado de noviembre de 2019, el imperialismo yanqui se puso manos a la obra, para sembrar la discordia y lograr su más caro sueño: dividir al MAS IPSP y derrotarlo. De la pequeña insidia (“tu eres presidente y tienes prerrogativas constitucionales”; “tu eres el jefe y el presidente te tiene que obedecer”), las escaramuzas se convirtieron en batallas y las batallas en guerra abierta. El Tío Sam se frota las manos ante su obra maestra. Hoy, todos y todas han contribuido con lo suyo, tirando piedras al tejado del vecino; y así andamos.

Ha quedado en el olvido un par de lecciones: una, que el pueblo elige por conciencia y que la derecha vota por consigna made in Usa. Esa derecha imaginó que sin líder, el MAS IPSP se destrozaría en lucha interna por la candidatura del 2020, pero no fue así. El pueblo, consciente de la gravedad de mantener a un gobierno de derecha que desmantelaría al Estado Plurinacional para restaurar la vieja república neoliberal, aceptó el dedazo del jefe y voto con madurez por el candidato designado. En el otro extremo, es válido recordar que el político colla más detestado por las élites cruceñas fue y es Carlos Mesa, quien calificó a esas élites de provincianas. Pero la necesidad tenía cara de hereje y en las anuladas elecciones del 2019 el ex presidente mendigante se alzó con la mejor votación en Santa Cruz; al punto que empezó a creerse el mesías de la oposición al Proceso de Cambio.

Hoy, la disputa es por una candidatura prematura. Ha estallado hace meses, cuando ese tema no era, ni debería serlo ahora, relevante para nadie, pero que fue introducido a la fuerza para gestar una pelea propia de niño caprichoso. De la escaramuza a la guerra, se han dado todos los pasos necesarios y hoy, votar con la derecha, aceptar que hay presos “políticos” que merecen por razones humanitarias libertad y amnistía, bloquear créditos internacionales que resultan indispensables para financiar obras particularmente de municipios rurales, es simple y llanamente llevar agua al molino de la derecha. La historia lo ha demostrado una y mil veces, sintetizando la lección con una frase de Marcelo Quiroga Santa Cruz: cuando la izquierda se alía con la derecha, es la derecha la que gana.

Hoy, los resultados están a la vista. Enfrentamos una crisis política y un conflicto de poderes cuya lógica derivación es un golpe de Estado. Puede armarse un escenario de juicio de responsabilidades al actual presidente para acortar su mandato o puede haber una respuesta imprudente de sobre pasar competencias y jurisdicciones del Ejecutivo, para terminar con la democracia, por angas o por mangas. Enceguecidos por la angurria de poder, como lo estuvieron los miristas devenidos en Nueva Mayoría Nacional y los colgadores del presidente mártir, hoy nos precipitamos a carrera desbocada hacia el abismo.

La historia juzgará; entre tanto, el pueblo anónimo que pone el pecho a las balas y a la muerte, seguirá pagando la factura de los caudillos.

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