Boric, una izquierda que nunca fue
Las relaciones internacionales no están organizadas en función a principios sino a intereses, las organizaciones e instituciones internacionales en su rol político sintetizan el sentido hegemónico de poder en el presente de manera indefinida. La fundación de la OEA (1948) grafica esta definición.
En nuestro continente los Estados, gobiernos y las élites son el engranaje de este andamiaje que se estructuró con mayor fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, en condiciones de subordinación periférica a la metrópoli imperialista.
El control/subordinación es la relación de dominación, lo normalizaron al extremo que el eurocentrismo se amplió al americano-centrismo; las élites que dirigen los Estados tienen sus oídos abiertos y sus acciones están centradas en acatar las órdenes diplomáticas que emitirán los que están sentados en la Casa Blanca.
La dominación tiene métodos por la vía del control de gobiernos electos democráticamente, de los gobiernos impuestos por la institucionalidad republicana parlamentaria, por la vía de los golpes de Estado. Lo predominante no está en la forma de elección del gobierno sino el control/subordinación del gobierno. La trilogía que ordenaba y ordena el orden continental: capitalismo, control político-militar y anticomunismo.
Chile grafica esa transición entre la dictadura pinochetista y la democracia. Las diferentes organizaciones políticas de centro y de derecha agrupadas en el frente político La Concertación, que gobernó desde 1990 hasta 2010, terminó validando el modelo político de la dictadura como la estatalidad chilena. Al extremo que la senadora de derecha Ena von Baer expreso en 2019 que el presidente Sebastián Piñera, de la coalición de derecha Chile Vamos, es “el heredero de las políticas de La Concertación en el gobierno y del cual se sienten orgullosos del país que en conjunto con nosotros construyó”.
La generación política de la segunda década de este siglo enfrentó a esta estructura estatal pinochetista invisibilizada, pero en tiempos de democracia, con demandas que interpelaban los cimientos del Estado chileno que emergió de la dictadura, entre ellos derechos sociales como “educación pública” y la convocatoria a la Asamblea Constituyente. Movilización popular, represión estatal, más de una veintena de muertos por la represión, cientos de heridos, detenidos, procesados… es la generación que reescribió la historia chilena, pero en las calles.
Dirigentes estudiantiles que fueron partícipes de la movilización popular hoy son autoridades gubernamentales: Gabriel Boric, presidente; la dirigente comunista Camila Vallejos, ministra secretaria general del Gobierno, son herederos de toda la subjetividad y la emotividad de millones de chilenos y chilenas contra la dictadura, contra los gobiernos de La Concertación y del multimillonario Piñera, representaban y expresaban una posibilidad diferente al pinochetismo militar y democrático.
Enarbolaron las banderas de la movilización, pero no asumieron las banderas como eje ideológico, sino solo electoral.
El presidente, el gobierno y el entorno no supieron valorar la fuerza moral, social e histórica que representaba su triunfo, optaron por ser una izquierda ética, simbólica, académica, pragmática y subordinada incondicionalmente al norte, por ello su primer acuerdo para conformar su gabinete fue incorporar a figuras políticas de La Concertación; la duda que muchos tuvimos fue si era un acuerdo de gobernabilidad o el inicio de la transición al centro: fue la transición, pero a la derecha.
La estructura estatal los absorbió, las autoridades del gobierno se funcionalizaron al sistema que tanto cuestionaron electoralmente, se convirtieron en la izquierda que la derecha desea y necesita.
Sin ruborizarse y sin mayores diferencias con la extrema derecha regional y europea, Boric y Vallejos descalificaron el triunfo de la Revolución Bolivariana; en ese su rol utilitario, las derechas políticas y mediáticas los presentan como la voz que representa a la democracia y a la izquierda.
En esa sintonía ideológica, Milei, en su visita a Chile manifestó: “para nosotros Chile ha sido un claro ejemplo de lo que hay que hacer… por su política económica innegociable que ha perdurado pese a los cambios de signo político”.
Para validarse, el sistema hegemónico imperial construye a su imagen y semejanza los diferentes actores políticos que pueden ser críticos al sistema, pero al final del túnel son la luz que re-ilumina el colonialismo capitalista que sojuzga a nuestro continente.
(*) César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda