La unidad de poxipol

Se ha vuelto como una plegaria pre-electoral, la utilización recurrente de la palabra unidad desde inicios de este siglo de las diferentes fracciones, grupos, club de amigos de centro, de derecha y de extrema derecha, recurren a la retórica de la unidad como un acto de predestinación: “Bolivia nos convoca a la unidad para derrotar al masismo”, “es tiempo de la unidad de los bolivianos contra los indígenas masistas”, es toda una plegaria teológica con mayor o menor condimento folclórico, dependiendo quien sea el circunstancial orador mediático.

La unidad emerge nuevamente como excusa para descalificarse entre pares, porque creen que solo el que evoca ese deseo es el que tiene la aureola para lograr el “anhelo de los bolivianos”, los que no están embarcados en esa travesía electoral, serían cómplices de la derrota electoral y el triunfo nuevamente de los indígenas masistas y comunistas, por lo tanto, enemigos de la Bolivia.

Creen, no en su ingenuidad, sino en su soberbia, que son los llamados para decidir por encima de todos, lo que les da ese derecho es: tienen nombre e imagen mediática, varios millones verdes, padrinazgo del Tío Sam, es decir, ven a su masa votante como usuarios electorales, votan por consigna y no por un ideal.

Están convencidos que el nuevo líder que emerja de la unidad será el mesías que unirá a la bolivianidad como poxipol, que el plan de gobierno será como las tablas del Sinagoga que los redimirá, es tal la retórica que en el momento que lo anuncian predicen el futuro y se autonombran gobernantes.

Como todo deseo surge de la vivencia y por ello no puede prescindir de esa experiencia, retumba en sus oídos sus pasos y fracasos electorales, que no son muy lejanos, cada uno de los furibundos aspirantes al mesianismo presidencial tuvieron su cuarto de hora electoral, sembraron propaganda y cosecharon solo sticker, hoy vuelven con la promesa de no volver a morder el fruto equivocado.

El primer paso unitario fue la presentación pública, cuatro hombres de la nobleza política con la sonrisa serena, uniformados con camisa blanca y corbata cedieron su aspiración sin renunciar a su postulación, porque cada uno en su intimidad se considera superior al otro, aunque huelan todos a la misma loción ideológica, el segundo paso es definir la metodología para ver cuál de los cuatro tiene la mejor sonrisa presidencial.

En otra cuadra de la misma vereda derecha hay otro aspirante presidencial, que no quiere sumar a sus pares setentones, los mira de reojo, él cree en su intimidad de la llajta que la unidad que pregonan es el signo de débiles, les lanza un piropo, les invita a subirse a su carro electoral, pero como pasajeros o bulto, porque el conductor y dueño es el bigotón municipal.

Para él la unidad no surge de la suma, sino de adhesión subordinada, está actuando como gamonal dentro el fundo de derechas, que además tiene el visto bueno de los dueños del despacho Oval.

Él se considera un pique macho kochalo y a los otros los ve como platito de ispis, su retórica deambula en invalidar a sus competidores y en mostrarse como el que tiene la vara para resolver mágicamente la crisis.

Lo que los une no es la patria, es su anti-indigenismo evista, aún no superan la vergüenza de haber sido arriados del pedestal del Palacio Quemado, mientras tengan tiempo electoral necesitan cobrarse venganza, creen que cada elección es su momento y no piensan desaprovechar esta oportunidad.

Lo que ofrecen es su anti, su odio, piden otra oportunidad para la revancha, necesitan demostrar a sus benefactores que ahora si cumplirán con la promesa hecha al the White House.

Los votos fríos son números, los votos con rostro humano son deseos, emociones, esperanzas, tienen sentido común, carga simbólica, valoraciones políticas, ideológicas, religiosas, culturales, es decir, el valor de la democracia está en el soberano que es la fuente de su legitimidad y necesidad institucional, por eso la democracia es siempre subversiva porque crea y reproduce relaciones sociales de esperanza, los que reducen la democracia a la suma de votos y al ciudadano en usuario electoral están en la misma condición, porque son solo casillas de voto en la papeleta, son nombres, colores y slogans de campaña y que tienen tiempo de expiración.

La unidad es una construcción que sintetiza un horizonte, es liderazgo que integra y representa, es identidad múltiple fundido temporalmente en un ideal, no es un circo ambulatorio que exhibe cartelera cada vez que tiene que presentar una función electoral con el mismo tema: unidad.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda

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