De reyes y príncipes
Nárrase, en la Real Villa de Charcas, la ilustre historia acontecida en el año de nuestro señor de 1898, que en medio de la guerra contra los indios levantiscos del temible Zarate Willka, la acaudalada pareja Argandoña – Urioste, encontrábase en Europa y decidieron visitar a su eminencia el papa León XIII, quien en generosa actitud otorgó título nobiliarios de príncipes a Dn. Francisco Argandoña Revilla y Dña. Clotilde Romualda de Urioste Velasco, siendo el nombre oficial Principado de La Glorieta ubicada en la afueras de la ciudad capital de Sucre.
Los aires nobiliarios y aristocráticos no han desaparecido en Bolivia, pese a la plebeya rebelión de 1952, no hubo guillotina para frenar la sobrevivencia de la colonialidad que bien supo camuflarse en los pliegues de la sociedad abigarrada.
Hace pocos días en Cochabamba el alcalde municipal dejó en herencia momentánea su reino a su príncipe, príncipe que dejó un “sueldo fabuloso” en EEUU para “servir” (léase cuidar un feudo paterno), con un sueldo “modesto” a los cochabambinos.
Un caso similar ocurrió con un ex presidente que trató, sin mucho éxito heredar a sus dos príncipes su acumulado político.
Nuestra historia colonial, mantiene ciertos usos y costumbres, como el boato y liturgia ceremonial, pero sobre todo mantiene el racismo en los enclaves coloniales diseminados en todos los rincones del país. Muchas veces hemos repetido que no será tarea fácil el desmontar el colonialismo que nos habita y permite estoy pequeños reinados de poder.
Ya no importa señalar que el rey está desnudo, porque la vergüenza como actitud humana hace mucho tiempo que ha desaparecido, los reyezuelos y princizuelos, desarrollan sus latrocinios de cara al sol y con una sonrisa cínica, producto de la impunidad que poseen
El gen colonial de la conquista y la posesión de cuanto les plazca es la fuerza que motiva sus acciones, rodeados de su cohorte y sus bufones hacen gala de su poder y se muestran misericordiosos con sus pobres, que domesticados festejan las gracias y felonías que realizan, pan y circo es el método infalible para contentar a la plebe.
Lo paradójico del tema es que con bombos y platillos se pretende festejar los “200 años de nuestra libertad del yugo colonial” con actos enraizados en la colonia, no faltará la entronización de una “reina del bicentenario” y la iglesia (católica por supuesto) bendecirá con agua bendita todo acto de la desmemoria.
Buen año este para poder recuperar la memoria de los “dos caras” que diseñaron la república, a su medida y preservando sus privilegios, porque solamente un pequeño porcentaje de la población era considerada como portadora de ciudadanía, cerca del 80% quedo fuera de este esquema de “libertad republicana”.
En 1952 los plebeyos conquistaron parte de sus libertades, pero muy rápidamente fueron absorbidos por las deslumbrantes centelladas del poder político. Así la rebelión de abril del 52 no fue nada más que otra revolución derrotada, similar situación rodean los sucesos del año 2019, nos cuesta aprender de nuestros errores, nos cuesta vernos al espejo y aceptarnos tal cual somos, por eso los reyezuelos hacen de las suyas porque en nuestro fuero interno soñamos con ser uno de ellos, porque nuestro gen colonial esta ahí activado, estimulado constantemente por el sistema educativo, por los medios de comunicación y por nuestras propias ambiciones.
Descolonizar nuestro cerebro, como el primer paso hacia la revolución, es un desafío muy interno, muy doloroso pero de este proceso depende que veamos un futuro con guillotina y cabezas de nobles en los cestos.