La admirable resistencia mapuche
Diversas fuentes afirman que, en el transcurso de la conquista de América por parte del colonialismo español, murieron en enfrentamientos directos con los originarios del Abya Yala aproximadamente dos mil soldados ibéricos. Lo sorprendente del dato es que, de ellos, mil quinientos fueron abatidos por el pueblo mapuche, que resistió fieramente a los conquistadores. No sólo ello: fue el único pueblo del mundo que, en aquellas épocas en las que los reyes de España se jactaban de tener un imperio donde no se ponía el sol, obligaron al conquistador a firmar un tratado de paz, reconociendo sus territorios.
El pueblo mapuche mantuvo esas condiciones incluso después de que Chile proclamara formalmente su independencia del yugo colonial. Su historia no es diferente a la de la mayoría de nuestros países: los doctorcitos se montaron sobre las flamantes repúblicas y mantuvieron privilegios que se tradujeron en la explotación de las riquezas naturales y la opresión de los pueblos originarios. Fue inmediatamente después de la guerra del Pacífico que el ejército chileno, de retorno triunfante a sus cuarteles, rompió los tratados de paz e invadió a sangre y fuego los territorios mapuche, para entregarlos a los nuevos patrones y hacendados que, a la postre formarían parte de la aristócrata oligarquía chilena. Esa misma clase que, en septiembre de 1973, a la cabeza de Augusto Pinochet, ahogó también en sangre el primer intento popular en América del Sur por establecer un gobierno socialista por la vía democrática.
Preguntado alguna vez el dictador sobre la suerte del mapuche, fingió ignorancia y dijo que en Chile no había mapuche, sólo chilenos. Por supuesto, se refería a esa casta que se apropió de extensos territorios al sur, para convertirlos en plantaciones forestales que alimentan una de las industrias más depredadoras del continente. Para ello, no vaciló en utilizar la represión sañuda contra todo intento de ese pueblo diezmado pero vivo y en resistencia, Hoy, Francisca, una anciana de 70 años, acusada sin pruebas y varias veces declarada inocente por la misma causa, se encuentra moribunda en una cárcel de Temuco, acusada de robar madera… la madera que saca de su propio predio pero que la legislación fascista elaborada por Pinochet y hoy defendida a capa y espada por el gobierno de Boric, le pertenece a los modernos colonizadores que se llenan la boca con la palabra democracia.
Al igual que sus ancestros, Francisca resiste y vencerá, a pesar de la muerte que la anda rondando minuto a minuto. Ella es la conciencia de nuestros pueblos del Abya Yala que se levanta para recordarnos cómo, chicanas de por medio, los Estados hacen leyes para que nada cambie, para que se condene al inocente cuyo mayor delito es pregonar con el ejemplo que la resistencia a la injusticia se alimenta día a día en cualquier parte del continente. Es también el recordatorio de lo que ocurre hoy: el mismísimo gobierno de Boric, tan servil a Estados Unidos, se ha convertido en parte querellante contra esa anciana; confirmando, así, que ese gobierno que ilusionaba por ciertas afinidades con la izquierda, no es otra cosa que la continuidad del fascismo pinochetista.
Ésta es una historia verdadera con raigambre en la realidad. La víctima de este andamiaje se llama Francisca Curihuinca Calcumil; es integrante de la comunidad Pedro C’an Pedro Ñancuan de Tolten. Esta anónima heroína nuestra tiene 70 años de edad y presenta diversas enfermedades de base que podrían complicarse estando privada de libertad. Ésa es la forma en que se ha instruido su ejecución sumaria; no será un disparo ni la silla eléctrica, sino la muerte lenta por la falta de atención médica adecuada y oportuna.
Desde nuestro Estado Plurinacional; desde nuestras organizaciones revolucionarias y de nuestros movimientos sociales y desde la conciencia popular, vaya este grito de solidaridad con los que luchan y resisten, con Francisca, con el pueblo mapuche, con el Chile profundo que empieza a despertar…