Chile

El fracaso en el plebiscito para la aprobación del proyecto de Constitución elaborado por la Convención Constitucional, nos obliga ineludiblemente a reflexiones críticas y autocríticas muy importantes, no para la autoflagelación típica de cierta “intelectualidad” mesiánica sin horizonte, sino para re-conocer en los escenarios políticos, mediáticos y subjetividades que nos desenvolvemos en la disputa de nuevas racionalidades de poder.

Los procesos políticos que se constituyen en procesos constituyentes son tiempos fácticos y finitos que pueden marcar la conclusión de una época y la inauguración de un nuevo horizonte, pero esta afirmación no es una fórmula mecánica, sino que está condicionada al rol de los actores que son la expresión material, política y subjetiva.

En 1980, la dictadura y el estado de no derecho convocó a plebiscito para aprobar la Constitución del dictador Pinochet, se aprobó con el 65%, venció el estado de terror. En 1988, el dictador Pinochet quiso autoconvertirse en presidente “constitucional” y convocó a un plebiscito donde compitió solo y salió segundo, le consultó al pueblo si su mandato se extendía por 10 años —hasta 1997—, la respuesta fue clara, el 56% dijo No. Venció el deseo democrático y sentimiento antidictadura, pero también se constató que el pinochetismo era una realidad más allá del poder, una parte —casi la mitad— de la sociedad votante asumía como suya la racionalidad dictatorial, es decir era derechista.

Las generaciones que resistieron a la dictadura vencieron en las calles y en las urnas al ícono de la dictadura, pero las estructuras del poder que construyó empezaron a manejar los hilos del poder. El primer presidente electo Patricio Aylwin, de la Democracia Cristiana, declaró que “entre una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, elegiría la segunda”. El pinochetismo se mantenía en el poder por la vía democrática con su propia Constitución, desde esa elección hasta la última de Sebastián Piñera, los presidentes, incluida Michelle Bachelet, eran parte de la lógica “democrática” del establishment del poder que construyó y constituyó el pinochetismo.

La élite tiene concepción y condición de poder, ahí radica el sentido hegemónico del pinochetismo, reconvertido en “demócratas” y disperso en las organizaciones políticas que alternaban en el gobierno.

Durante el primer gobierno del presidente multimillonario de derecha Piñera, el movimiento popular liderado y concentrado principalmente en los estudiantes, de los que resaltan Camila Vallejos, del Partido Comunista, y Gabriel Boric, tuvo la capacidad de interpelar al poder político y no se limitó a sus legítimas demandas sino que trascendió más allá, a la Constitución Política del Estado, es decir a la estructura misma que emergió de la dictadura.

El movimiento tuvo la capacidad de constituirse en movimiento constituyente, tres hechos marcan el hito histórico: el plebiscito de octubre de 2020 cuando el pueblo se pronunció por cambiar la Constitución con el 78%, la elección de los constituyentes en mayo de 2021 y la presidencia de la Convención recayó en la indígena mapuche Elisa Loncon; el pueblo le arrebató al establishment la facultad de decidir. Pero el triunfo de tiempos y escenarios no implica que sea la derrota del poder.

El ideal como sentido común contrahegemónico del movimiento anti Constitución pinochetista no logró en el tiempo constituir el ideal común del tipo de Estado que aspira como horizonte, el movimiento constituyente perdió el liderazgo.

La Convención no pudo continuar siendo movimiento, se redujo a ser el escenario de debate de los 155 constituyentes; los ejes de la nueva Constitución altamente importantes y transformadores no lograron ser las identidades comunes del movimiento. Este déficit o separación entre Convención y pueblo fue aprovechado y sustituido por las estructuras de poder simbólicas, mediáticas, políticas, para construir la imagen negativa del proyecto de Constitución partiendo de códigos conservadores, propios de las derechas criollas.

El triunfo de la izquierda y el ascenso de Boric al gobierno parecían el cierre del ciclo pinochetista, pero el viraje hacia el centro en la conformación del gobierno, la represión a los mapuches con las mismas características de su antecesor, la ausencia de liderazgo del movimiento, del presidente y de la Convención, implicó la orfandad en la fase final resolutiva.

Las victorias populares, para ser tales, no pueden quedar inconclusas, más si los avances fueron concesiones del poder, ahí la fase de la resolución está condicionada a la ofensiva fáctica del poder. Los que invalidaron la nueva Constitución no son los actores que se enfrentaron al establishment, sino el poder que nunca cedió el poder, solo la administración del gobierno.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.

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