El silencio de los «Santos»

Cuando el bullicio mediático se hace cada más fuerte, más en una lógica de crónica roja que en un afán de investigar seriamente a fondo los hechos que mueven a la Iglesia, el tema del pederasta es más noticia que la brutalidad de otros hechos que hacen a la participación de la Iglesia Católica en su relación con el Estado a lo largo de la historia.

Es por ello, que no podemos quedarnos solo con ver con simpleza y acudiendo a un periodismo amarillo que no contribuye en nada a escudriñar a fondo el rol de la Iglesia, no solo del monstruoso tema de la pederastia sino de los peores actos y atrocidades cometidos por la Iglesia durante siglos.

A propósito del título de esta nota, no tiene nada que ver con esa producción cinematográfica que Thomas Harris publicó en una novela de El silencio de los inocentes, historia de una joven agente del FBI, Clarice Starling, y su relación con el Dr. Hannibal, “The Cannibal” Lecter, un psiquiatra encarcelado por haber matado y devorado a sus víctimas, sin embargo, creo que no estamos lejos de asemejar a la realidad de hoy, el rol de la iglesia en su complicidad con los asesinos que masacraron al pueblo y a “inocentes”.

El Papa en alguna ocasión había pedido perdón por las atrocidades de la conquista del llamado “nuevo mundo”, perdón que obligó a revisar el papel de la Iglesia Católica en su relación con los pueblos originarios; en nuestro caso la permanencia de un Estado colonial que se expresa en el racismo heredado por el muy católico Cristóbal Colón y los demás invasores hispanos.

La Iglesia Católica, sigue sufriendo de graves problemas internos, es más, tiene una deuda histórica con los pueblos indígenas y originarios de diferentes rincones del planeta. En una sociedad que respeta sus instituciones, los roles se encuentran definidos, la Iglesia Católica, por herencia colonial tuvo mucha influencia en los círculos de poder.

En las décadas del 70 hasta el 90 durante el Plan Cóndor, las bases de la Iglesia apoyaron los movimientos anti dictatoriales de los pueblos, es más, en Bolivia, la jerarquía de la Iglesia avaló a gobiernos de facto, tan claro como desde el Cardenal Maurer, Arzobispos de Sucre que bendijeron los cuarteles de donde salieron los asesinos y masacradores del pueblo.

De esa lucha emancipadora que vino con el respaldo de la llamada Teología de la Liberación, surgieron pocos sacerdotes y obispos comprometidos que, arriesgando su vida, fueron asesinados en Bolivia, Luis Espinal, Oscar A. Romero en El Salvador, Camilo Torres en Colombia, Enrique Angelelli en la Argentina y tantos otros en América Latina.

En la época neoliberal las cúpulas de la Iglesia Católica se arrimaron a las élites políticas, aunque sus bases apoyaron procesos de formación de líderes y reivindicaciones sobre el empoderamiento de sectores marginados, sin embargo, en los procesos progresistas de América Latina de la década del 2000, las cúpulas se mantuvieron al lado de los neoliberales y se produce una crisis en la base de la Iglesia.

Los curas y obispos siguen la lógica de los empresarios que se aliaron a las logias cruceñas y clanes para desestabilizar el proceso que vivió el país como lo hizo el cardenal Julio Terrazas en su tiempo, luego el propio padre Mateo con su campaña del 10%, dizque para la salud.

Son los mismos clanes y socios afincados a los adinerados, por ello, andan desesperados de volver a chupar la mamadera que la tenían durante 20 años. Muchos de esos sacerdotes y obispos me recuerdan a aquellos que estuvieron ligados al poder en gobiernos dictatoriales.

La Iglesia Católica fue una de las grandes beneficiadas con las políticas coloniales y prácticamente fue el verdadero poder ordenador de las nacientes repúblicas, y ahí, desde Carmelitas, Franciscanos, Dominicos, Teresianas, Benedictinos, Jesuitas, etc., se distribuyeron territorios, que aún hoy, constituyen los activos de una institución que se acostumbró a convivir con el poder terrenal y mantener desde los púlpitos una sociedad patriarcal.

La gran mayoría de los actuales jerarcas de la iglesia se ha convertido en una corporación política, enfrentada al gobierno y aliada a una oposición racista, los juramentos y declaraciones que emiten ya no son creíbles, pues sus hechos demuestran lo que afirmamos.

Estamos frente a un nuevo enemigo, la cúpula eclesial boliviana, que de la mano de ese grupo oligárquico con mucho poder económico, de los medios privados y de los partidos más conservadores, tendrá que recoger la lección de los más pobres que están perdiendo la fe por culpa de ese grupo de pseudopastores.

La pregunta que se harán miles de fieles creyentes o no creyentes ¿Cuándo la Iglesia tomó posición de otros escenarios de violencia que se cometieron en países de nuestra América Latina? ¿Se hicieron oraciones y plegarias en los otros conflictos como en el Perú cuando en las calles a principios de año, fueron testigos del descontento popular por la validación de Dina Boluarte?

¿Existe un mea culpa por los 38 masacrados en Senkata y Huayllani, por parte de esa jerarquía, que a presión de cívicos, dirigentes políticos y del propio Conade de Manuel Morales y Albarracín, participaron en las decisiones que se tomaron entre el 11 y 12 de noviembre de 2019?

La Iglesia Católica encabezó con el propio Carlos Mesa, la dirigencia cívica y el político fracasado Jorge Tuto Quiroga, las negociaciones para que finalmente, se decidiera que Añez asuma la presidencia en 2019, lo que nos confirma hasta dónde es sorprendente y condenable la participación de la Iglesia Católica en ese triste episodio de la vida democrática nacional.

De ahí el silencio de esos líderes del bloque de oposición que en lo que respecta al caso del cura pederasta —al menos en las redes sociales— no se manifestaron en torno al tema. Ni Mesa, Camacho, Doria Medina, Tuto Quiroga y Jeanine Áñez, que pregonaron la fe e invocaron la Biblia cuando tomaron el poder, tampoco publicaron algún comentario respecto del caso.

Hoy la jerarquía eclesial boliviana es el eco de una Iglesia con muchas contradicciones y con una clara opción por el statu quo. Es esa Iglesia que se preocupa más de las cosas terrenales, como la política, el Estado y la sociedad, sin tomar en cuenta que debe mirarse a sí misma, por su afecto al poder político en un Estado que hoy es laico.

Esperemos que el “dolor y la vergüenza” manifestada por el Papa no solo por pederastas, que lleva siglos de cometer “pecados graves” que como en la inquisición, huele a sangre inocente, huele a corrupción en el Vaticano, y por su falta de credibilidad, vive una crisis expresada en la falta de vocaciones al sacerdocio, la pérdida de jóvenes como actores de una vida con fe y la triste imagen de las iglesias sin feligreses, cuyas piedras frías, talladas por manos indígenas, esperan un anuncio evangélico esperanzador.

*Luis Camilo Romero es comunicador boliviano para América Latina y el Caribe

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