Dos victorias multi y pluri coloridas
La víspera, la Justicia nos ha hecho olvidar, por un momento, aquella sentencia que pide librar a los justos de la Justicia. Y es que ha condenado, finalmente, a un ex dirigente cívico cruceño, de esos azas de racista y discriminador, odiador de collas y de todo lo que no huele a élite de apellido europeo, por las graves ofensas hechas a un símbolo patrio: la whipala.
La sentencia es una forma de resarcimiento para miles de bolivianos y bolivianas que mirábamos con estupor cómo, en aquel momento y en plena vía pública, un atrevido hacía mofa de una bandera que millones de compatriotas llevamos dentro, no por un falso y chabacano patrioterismo, sino porque ella, en sus figuras alineadas de colores, expresa el sentimiento de nuestros pueblos sempiternamente humillados por el colonialismo. Un colonialismo que rebrota en nuestros días en la adhesión a la moda euro y yanqui centrista que desprecia al sur, a su gente, a su cultura y a sus valores.
Cuando armas en mano, los golpistas de noviembre de 2019, en la ciudad de El Alto, pretendieron lo mismo que el ahora sentenciado “cívico” cruceño, haciendo escarnio del símbolo patrio, se encontraron con un pueblo iracundo que no midió consecuencias de su heroísmo, enfrentándose sin más coraza que sus palpitantes corazones a aquellos policías indignos que querían hacer buena letra con los nuevos mandamases nacidos del zarpazo a la democracia. Fue una lección de coraje; pero, sobre todo, de dignidad, de no permitir el oprobio.
Seguro de su también sempiterna impunidad, quien se arrogaba la representación del pueblo cruceño para sus infamias, pensó que aquello de mal tratar y hacer lo que le viene en gana en una región a la que considera su propia hacienda, era parte del show de esa abominable y fingida “cruceñidad”. Pero, esta vez, se ha encontrado con la horma de su zapato; porque tendrá que pasar -al menos, eso dice la sentencia- dos años en la cárcel, reflexionando sobre su proceder e indagando si aquello de ensañarse contra lo que él y su entorno considera nada más que un trapo, forma parte de la lucha política civilizada.
La sentencia se suma a la defensa del noble pueblo alteño, que supo también poner en su lugar a la insolencia. A quienes mañana levantarán la voz de protesta en defensa del “cívico” de marras (probablemente, varios y comedidos senadores chilenos), habrá que recordarles que el respeto no es nada más ni nada menos que tratar al otro como uno quisiera que lo traten; verbigracia, que la bandera verde blanca y verde del departamento, nunca sufra el alevoso y cobarde atentado de algún calvo de ideas y principios.