El opio del pueblo
Muchos nos formamos ideológicamente bajo el código del “ateísmo”, los marxistas “somos materialistas y ateos” y se recurría a las palabras de Marx escritas en 1844, en la Crítica a la introducción a la filosofía del derecho de Hegel, convertidas en una frase célebre: “la religión es el opio de pueblo”. Partíamos por la autoafirmación del ateísmo como revolucionaria y su utilización instrumentalizada por las sociedades conservadoras para descalificar hasta hoy a los comunistas como enemigos de Dios.
Hegel escribió que “la religión y el fundamento del Estado son una y la misma cosa; son idénticas en y para sí”. La concepción hegeliana ubica a la religión como parte constitutiva del Estado, es decir del poder. En la obra mencionada, Marx expresa: “la religión hace al hombre… este Estado, esta Sociedad produce la religión… la religión es la interpretación general de este mundo, su resumen enciclopédico, su lógica en forma popular, su completa satisfacción espiritualista, su exaltación, su sanción moral, su solemne complemento, su consuelo y justificación universal”. Nótese que Hegel y Marx hablan de religión no solo como espiritualidad, sino también como institucionalidad; el primero considera que es parte del Estado y el segundo critica a la esencia hegeliana del Estado, y dice: “La guerra contra la religión es, entonces, directamente, la lucha contra aquel mundo, cuyo aroma moral es la religión”, “la miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo”.
El contexto de la crítica a la religión y al Estado es el tiempo de tránsito de Marx del idealismo hegeliano al materialismo, en las Tesis sobre Feuerbach (1845) expresa: “F diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales… El sentimiento religioso es también un producto social”, en esta afirmación separa “religión” de “sentimiento religioso”, es decir, está manifestando que la espiritualidad es una producción social y no una divinidad, como sentenciaba la nobleza eclesial desde que el cristianismo se volvió en la religión oficial del Estado.
En su libro La lucha campesina en Francia (1850) nos dice: “los campesinos por medio de la Biblia enfrentaron al cristianismo feudal de su época con el sencillo cristianismo de los primeros siglos… los campesinos utilizaron este instrumento contra los príncipes, la nobleza y el clero”, aquí distingue la espiritualidad vinculada a los explotados con la Iglesia como institución de poder personificado en el clero; al distinguir y separar espiritualidad e Iglesia, Marx explícitamente reconoce las creencias como construcción social y la utilización de la religión como formas de dominación de los grupos de poder entre los que está la jerarquía eclesial.
En 1871, Marx critica duramente a Bakunin, que quiere imponer en La Internacional “el ateísmo como dogma a imponerse a los adherentes”; el filósofo Dussel expone que incluso Bakunin pretendía tener un bloque de ateos entre los obreros al que se “opuso ferozmente Marx y Engels”, porque consideraban que la espiritualidad no era una contradicción, sino lo fundamental era tener una militancia conciencial anticapitalista.
Por lo brevemente expuesto es importante puntualizar que el “ateísmo” militante impuesto, descontextualizado como consigna principista, reducido a los eslogan “la religión, el opio del pueblo”, benefició al Estado, los grupos de poder, el colonialismo y les da argumentos para utilizar la “religiosidad” como arma ideológica, y a las élites eclesiales erigirse como depositarios de la palabra de Dios y convertir su palabra celestial en la verdad terrenal que critica las injusticas, pero defiende el orden del capitalismo. El dólar de los EEUU tiene la frase in god we trust (en Dios confiamos).
El valor de la espiritualidad está en reconocer el valor social de las creencias, que tienen hoy en el sincretismo religioso el encuentro cultural, no la imposición con exclusión que hacen los conservadores católicos y los pentecostales, nuestra nueva CPE del Estado Plurinacional, que fue aprobada por el pueblo y no impuesta por el establishment capitalista, colonial y eclesial, “respeta a la libertad religiosa y a las creencias espirituales”, es el paso sin vuelta que dimos, pero es el más resistido porque ese opio del pueblo quiso volver a ser el inquisidor estatal con el reingreso de la Biblia, con el golpe, al Palacio Quemado republicano, bendecido por la nobleza episcopal y algunas iglesias evangélicas quisieron restaurar un orden político espiritual sobre la sangre, el dolor de hombres y mujeres con rostro indígena originario campesino.
El opio del pueblo no es la espiritualidad, sino la instrumentalización de las creencias por los grupos de poder.
(*) César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda