A propósito de la guerra cognitiva y la necesaria batalla cultural

En los últimos tiempos se puso de moda el concepto de la guerra cognitiva y con razón, ya que caracteriza a los tiempos que corren.

Hoy en día es cada vez más inusual las intervenciones militares o golpes militares, aunque aún los hay, siendo remplazados por los llamados golpes blandos, como los casos de Zelaya en Honduras 2009, Lugo en Paraguay 2012, Dilma en Brasil 2016, Castillo en Perú 2022, etc. O bien el golpe de estado a Evo Morales del 2019, todos casos en los que los medios de comunicación y las redes sociales jugaron un rol trascendental en la desestabilización política.

Estos medios de comunicación y redes sociales son los principales señalados en la guerra cognitiva, porque son los encargados de posesionar la narrativa de la historia desde el punto de vista occidental pro imperialista en el imaginario colectivo.

Pero no son los únicos actores, la guerra cognitiva va gestándose mucho antes del boom de las redes sociales por medio de la batalla cultural realizada por EEUU contra todo aquel que ose enfrentarse a sus políticas e intereses económicos, por medio del cine, la música, la literatura y en general, todos los campos que componen la esfera cultural.

Por ejemplo, EEUU posesiona su visión del mundo a través de Hollywood, nos cuenta la historia de la guerra de Vietnam desde los ojos de Rambo. O el hecho de que para la serie “El comandante” sobre la vida de Hugo Chávez, elijan de protagonista al mismo actor que interpreto años antes a Pablo Escobar en una serie muy famosa “El patrón del mal”, no es una inocentada, es un intento de asemejar la figura del revolucionario Hugo Chávez con el narcotraficante Pablo Escobar.

O el dizque comedia “The Interview” en donde unos agentes estadounidenses se proponen asesinar al presidente de Corea del Norte Kim Jong Un, ¿Se supone que debería hacernos gracia la apología al magnicidio de un presidente que no se inclina ante la bota norteamericana?

En ocasiones la propaganda norteamericana es muy explicita, como el ejemplo señalado anteriormente, pero en muchos casos no es tan explicita. Cuando nos preguntamos ¿cómo es posible que Estados Unidos haya podido posesionar su cultura en el mundo entero como la cultura modelo?, ¿cómo posesionó el sueño americano en las aspiraciones de millones de migrantes del mundo entero?

La respuesta está en nuestros patrones de consumo cultural, básicamente inundándonos hasta el hartazgo de cultura americana o pro americana. Cuando prendemos la televisión para disfrutar una película, y no tenemos más oferta que el cine made in USA, cuando la música de moda para la juventud promueve el individualismo y consumismo haciendo gala de lujosos autos, mujeres encueradas y derroche de dinero en videoclips, cuando las noticias producidas por prestigiosas cadenas televisivas son retransmitidas por la señal local de todos los países del mundo, en síntesis, cuando la música, las películas, la literatura y demás formas artísticas que consume la juventud se vuelve la “cultura universal”, cuando todos ven y escuchan lo mismo, tienden a pensar lo mismo.

Ahí el gran logro de la propaganda imperialista, ser capaz de lograr que todo el mundo se vuelva consumidor de su propaganda, sin ser conscientes de que efectivamente están siendo adoctrinados. Un trabajo ideológico permanente, y a la vez invisible. Dar de comer a todos lo mismo, culturalmente hablando, para crear una generación homogénea, dócil y fácil de manipular.

Pero ¿qué hacer ante esta realidad? Precisamente luchar por cambiar los patrones de consumo cultural, cambiar la óptica con que pensamos el mundo del entretenimiento y la cultura.

Si los gringos producen una película de acción glorificando a los marines norteamericanos como héroes, nosotros difundimos las películas que denuncian las agresiones imperialistas de esos mismos marines.

Si ellos producen música que promueve el individualismo, el consumismo y la aspiración a volverse rico, nosotros promovamos la solidaridad, la justicia social y la equidad, si su literatura promueve cowboys, personajes ficticios todo poderosos como Superman, nosotros promovamos a nuestros héroes populares, luchadores sociales de carne y hueso qué pusieron su sangre por un mundo mejor.

En definitiva, si ellos proponen la defensa del status quo del orden capitalista, nosotros propongamos la destrucción de este sistema tan inhumano para la construcción de un sistema más humano.

Se debe producir nuevo contenido y material revolucionario, pero no hay que perder de vista que en gran medida ese material ya existe y se encuentra olvidado sin que se le dé su debida importancia, lo que hace falta en muchos casos, es difundir y valorar el trabajo de aquellos cineastas, músicos, escritores y demás que, en vez de recurrir a un enfoque comercial tradicional, optan por el camino difícil, de hacer arte comprometido con el pueblo.

Esta tarea de cambiar los patrones de consumo cultural implica una fuerte propaganda con estrategias a corto y largo plazo, primero que nada, implica comenzar cambiando nosotros mismos y posteriormente propagandear en nuestro entorno, como diría el grupo de murga uruguaya: “si vos no cambias algo, no cambia nada, ni aunque tu presidente sea Fidel”.

A corto plazo debemos fomentar y multiplicar los festivales de cine, canto, teatro, poesía y demás formas artísticas que brinden una alternativa a la cultura dominante pro capitalista, un ejemplo de esto lo encontramos en el reciente festival de la internacional antifascista realizado en Venezuela del 9 al 11 de enero, cultivando en la juventud la semilla de la revolución.

Venezuela es uno de los mejores ejemplos de un país asediado continuamente por la guerra cognitiva y que a pesar de todo su revolución perdura, quizás la razón detrás de esto la podemos encontrar en el continuo trabajo ideológico realizado en sus juventudes a lo largo de toda una generación.

Por otro lado, con una visión más a largo plazo, debemos volver nuestra cultura anticapitalista parte del consumo de masas, penetrando en las grillas de TV y radio, no compartiendo espacio, sino quitándole espacio a la programación imperialista de forma radical, purgando aquel material contrarrevolucionario diseñado para volver reaccionaria a nuestra juventud.

Por ejemplo, la película mencionada anteriormente “The Interview” es natural que sea censurada en Corea del Norte, ¿o acaso los gringos permitirían una película donde se asesine a su presidente Donald Trump?

Aspecto que no se limita solamente a la escena artística, sino también a las redes sociales y medios de comunicación, en los cuales también está la tarea de crear, pero principalmente difundir medios y comunidades alternativas de contrainformación que contribuyan a la descolonización.

Pero no perdamos de vista que, si juegas en el tablero del enemigo, te mueves bajo sus reglas de juego, por lo que no es de extrañarse cuando censuran contenido que no gusta al discurso dominante.

Asimismo, no es posible transformar los mecanismos internos bajo los cuales operan los algoritmos de su tecnología, hagan el ejercicio de intentar ver en Facebook únicamente las páginas que siguen, algo muy simple a nivel de programación pero verán que es prácticamente imposible evadir el contenido sugerido y publicitario de Facebook, porque Facebook no está pensado para formar autodidactas que eligen lo que desean consumir, está pensado para bombardear nuestras mentes con lo que el sistema quiere que consumamos.

Efectivamente hay que dar la batalla cultural por todos los medios que tenemos a disposición, pero el ideal último es la soberanía tecnológica. Solo teniendo control sobre lo que producimos, tendremos control sobre lo que consumimos y consuman nuestras futuras generaciones.

La descolonización de nuestras mentes, la construcción del hombre nuevo que soñaba el Che pasa por dar la batalla cultural y ganarla. Y así se lo viene impulsando desde la Revolución bolivariana en Venezuela, pese al bloqueo económico, las criminales retenciones de sus divisas, los ataques políticos, cibernéticos y mediáticos. La guerra cognitiva y toda la campaña de desprestigio, fue capaz no solamente de resistir, sino de constituirse en epicentro del movimiento antifascista mundial.

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