Adhemar Sandóval, vallegrandino universal
Se nos ha ido Adhemar, un hombre de la Revolución. Siendo aún un adolescente, destacaría en su natal Vallegrande como una personalidad que, con el paso de los años, se puliría con la disciplina y el estudio; muy pronto, se sintió atraído por los ideales comunistas de la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos, enemigo de la explotación del hombre por el hombre y seguidor de las ideas de Marx, Engels y Lenin.
Corrían los turbulentos sesenta cuando, un 23 de marzo de 1967, en el fragor de un combate, nacía el Ejército de Liberación Nacional, el ELN creado por el comandante Ernesto Che Guevara en las montañas de Ñancahuazú. Adhemar, como todo joven de aquella generación, se sintió profundamente impactado por la presencia del Che, el legendario revolucionario que dejaría atrás fama y honores, cargo de ministro y otras honras, para seguir cumpliendo el deber de todo revolucionario: hacer la revolución.
Adhemar había sido elegido dirigente de la Federación de Estudiantes de Secundaria de su ciudad; junto a otros de su tanda, sintió el deber de apoyar a la guerrilla que proclamaba lucha a muerte al imperialismo yanqui y a la dictadura de Barrientos. Convinieron en hacer un rayado mural en las paredes de Vallegrande; a falta de pintura, convencieron al mecánico del pueblo a que les regalara aceite quemado; fabricaron sus propias brochas y una mañana soleada, las paredes hablaron. Los milicos indagaron en el único lugar donde podía conseguirse aquella pintura y, a las pocas horas, Adhemar sería detenido, golpeado y encarcelado.
Su historia despertó la solidaridad y la simpatía de muchos jóvenes. Humberto Arandia, también dirigente de la FES en La Paz, recuerda que iniciaron gestiones para lograr la liberación del compañero que había tenido la valentía de hacer aquellos históricos rayados murales. Pocos años después, Hugo Banzer daría el golpe de Estado que se inauguró con la masacre de universitarios y dirigentes en Santa Cruz, en los mismísimos predios de la Universidad Gabriel René Moreno. Adhemar fue apresado y, posteriormente, trasladado a la isla de Coati, en el Lago Titicaca, convertida en un campo de concentración al más mero estilo nazi. Allí, junto a otros revolucionarios presos, protagonizó una de las fugas más espectaculares de la vida política boliviana. Jugó un rol de primer orden en el plan de acción que culminó con la toma de la embarcación que traía regularmente alimentos a la prisión, para alcanzar territorio peruano y lograr la libertad.
Fue Cuba el país que lo acogió en el largo exilio que, como muchos compatriotas, tuvo que afrontar durante esa dictadura. Y fue en Cuba donde estudió historia para convertirse en un destacado profesional en la materia, con valiosas investigaciones que incluso le valieron la abierta hostilidad de los que escriben la historia oficial. Su agudo sentido de observación, sumado a una memoria afortunada, le sirvió para sistematizar recuerdos y hechos de los que fue protagonista, para publicar un libro valiosísimo que ha tenido una limitada edición. Generoso como siempre, entregó muchos capítulos a la Comisión de la Verdad para enriquecer el Informe Final que puso en evidencia los crímenes de las dictaduras.
También destacó como catedrático universitario en Santa Cruz, donde terminó por fijar su residencia. Asistió con regularidad a los plantones de rechazo al criminal bloqueo imperialista a Cuba, para cuyo pueblo, su gobierno y su revolución siempre conservó una admiración y apoyo militante, describiendo en inolvidables y sencillas conversaciones el valor y la dignidad de los cubanos para soportar las agresiones del imperialismo yanqui. Con gran lucidez, guardó y compartió recuerdos de los mensajes de Fidel, que lo llenaban de fe en el futuro de la Revolución.
Adhemar se ha ido, pero nos deja el recuerdo imborrable de su palabra sencilla, de sus conferencias sobre política y sobre historia, su calidez de hombre de pueblo orgulloso de sus ancestros. Adhemar, el comunista. ¡Honor y gloria!